“Mayor
que la vergüenza de la guerra es la de los seres humanos que no quieren saber
nada” Karl Kraus.
“Hoy
en día nos resulta más fácil imaginar el
total deterioro de
la Tierra
y de la naturaleza que el derrumbe el capitalismo; puede que esto se deba a
alguna debilidad de nuestra imaginación.” Frederic Jameson en Las semillas del
tiempo.
SUMARIO:
1.Cambio de época. 2.
La economía de lo inmaterial: el capitalismo cognitivo. 3. Sociedad de la
información. 4. El conocimiento, bien central de las empresas postfordistas. 5.
La nueva organización del trabajo, tras los límites del fordismo. 6. La empresa postfordista: la
flexibilidad. 7. Nuevas relaciones sociales, nuevo mercado de trabajo. 8.
Traslado a los asalariados de los riesgos de la empresa. 9. La revolución
financiera. 10. Fundamentos ideológicos: el neoliberalismo.11. La nueva economía-mundo. 12. El Derecho del
Trabajo bajo la tormenta.
1. Cambio de época.
Con el fin del siglo XX, la historia creó la ilusión de su
desaparición: derrumbamiento del muro de Berlín y del sistema comunista,
predominio de la economía estadoudinense, supremacía de la ideología neoliberal[1],
difusión de las nuevas tecnologías a través de un mundo globalizado, pero
también una crisis tras otra en los países emergentes, intensificación de las
desigualdades entre los países ricos y los países menos avanzados, propagación
del sida en África y de la enfermedad de las vacas locas en Europa, creciente
actitud contestataria ante las actuales formas de mundialización, ataques
terroristas contra el corazón financiero de Nueva York, y ahora la inmensa
crisis financiera.
Todos esos sucesos se inscriben en
un vasto proceso de transformación
económica y social de escala planetaria. Se trata del progresivo
surgimiento de un nuevo capitalismo mundializado bajo el efecto de dos grandes fuerzas: las nuevas tecnologías
y la globalización financiera. El capitalismo no ha dejado de evolucionar en
el curso de su larga historia, reinventándose de tal modo que hoy descubrimos que el mismo
capitalismo tiene una historia, que en el siglo XX no se encarna como en el
siglo anterior, y que en la actualidad no es semejante a como era ayer: el periodo actual significa la transición hacia una nueva etapa,
la cual se caracteriza por el dominio de las finanzas y del saber.
El capitalismo del siglo XX se
construyó alrededor de una figura central: la de la gran fábrica industrial.
Esta instaura entre sus miembros una solidaridad mecánica. Los ejecutivos e
ingenieros reflexionan sobre la forma en que los obreros sin calificación
puedan ser productivos. Los mismos dirigentes son asalariados, y sus objetivos
coinciden con los de sus subordinados: proteger a la empresa de los avatares de
la coyuntura. Se constituyen grandes empresas que reducen los riesgos
industriales. Como la sociedad feudal, la sociedad industrial del siglo XX
relacionó un modo de producción con un modo de protección; selló la unidad
entre la cuestión económica y la cuestión social. Durkheim explicaba que la
solidaridad mecánica entre los miembros de una sociedad preindustrial daba paso
a una solidaridad orgánica entre los integrantes de una sociedad regida por la
división del trabajo social. A su juicio, ésta engendra un sistema de “derechos
y deberes que relacionan a los hombres entre sí de una forma duradera”. En
el mundo al que ingresamos, en vano se buscaría la solidaridad orgánica que
Durkheim deseaba con ahínco.
El
fin de la solidaridad que estaba inscrita en el corazón del mundo
industrial deja abierta de par en par la manera de concebir la sociedad
post-industrial. El capitalismo del siglo XXI organiza científicamente la
destrucción de esa sociedad industrial. Los diferentes niveles de la gran
empresa industrial están disociados unos de otros: se externalizan las tareas
que no se consideran esenciales, mientras los ingenieros son agrupados en
oficinas de estudios independientes donde ya no se encuentran con los obreros.
Los empleados encargados de la limpieza, la comida y la seguridad son
reclutados por empresas especializadas.
La revolución financiera de la década de
1980 transforma los principios de organización de las empresas. Un
accionista no tiene ninguna necesidad de que una misma empresa fabrique casas
como gestione autopistas. Para diversificar su riesgo, le basta con poseer
acciones de ambas. En una inversión copernicana de los mismos fundamentos del
asalariado, serán éstos quienes padezcan los riesgos, y los accionistas los que
se protegerán de ellos. Se trata del fin de la solidaridad que estaba inscrita
en el corazón de la empresa industrial.
La
formidable perturbación de las condiciones sociales producida en el transcurso
de los últimos treinta años es tal que se puede ver en ella una nueva gran
transformación de una amplitud comparable a la registrada en el curso del siglo
XIX. ¿De dónde surge ese nuevo mundo? Cinco rupturas[2] mayores permiten comprenderlo.
La primera es la que fue producida por la denominada tercera
revolución industrial que se presenta dos siglos después de la revolución
industrial, la del fin del siglo XVIII asociada con la máquina de vapor. Y un
siglo después de la segunda, a fines del siglo XIX, cuyo descubrimiento
emblemático fue la electricidad.
La segunda ruptura es de carácter
social, procede de una nueva manera de concebir el trabajo humano.
Por
su parte, la tercera ruptura es una
revolución cultural, que suele asociarse con un despertar del individualismo
contemporáneo, señalado por Mayo del 68 apropiado por el capital bajo el lema
de que todo es posible, que viene a poner en entredicho el holismo industrial
que había prevalecido hasta entonces, y facilita la globalización capitalista
bajo la promesa de que vivir es como si no hubiera tiempo y como si no hubiera
espacio. Promesa de omnipotencia que se vehicula a través de la tecnociencia y
que se desentiende de la finitud humana[3].
La cuarta ruptura procede de los
mercados financieros[4].
Después de 1929, éstos habían sido puestos bajo tutela. Desde la década de
1980, previa ruptura del principio de convertibilidad dólar-oro en 1973 con
Nixon, como un genio salido de su lámpara, el sector financiero retomó el ascendiente
sobre la marcha de los negocios. Por
último, la quinta ruptura: la
globalización, que puede interpretarse como la llegada de China e India al
juego del capitalismo mundial.
Estas
rupturas se articulan unas con otras de manera tan estrecha que a menudo se las
confunde. Cada una procede sin embargo de una lógica diferente.
2. La economía de lo inmaterial: el
capitalismo cognitivo.
Hablar
de sociedad postindustrial para caracterizar estas transformaciones es ocultar
las mismas, pues se designa al mundo por lo que ya no es y no por aquello en lo
que se ha convertido.
En
principio, puede hablarse del pasaje a una sociedad de servicios. Se trata del surgimiento de
una economía de lo inmaterial en la
que la relación central es aquella que se establece entre el hombre, la idea y
las imágenes. A medida que el contenido de la información y la interactividad
de los productos se intensifican, todos ellos cambian de naturaleza. Su valor
reside menos en sus propiedades físicas que en su capacidad para brindar acceso
a prestaciones inmateriales. El valor de un libro no reside en su valor
material, tiempo necesario para fabricarlo, sino en el número de lectores que
atrae el autor susceptibles de comprarlo. Supone un cambio, una mutación en el
contenido del valor; supone un cambio de modelo económico y los lugares
estratégicos de la cadena de producción donde se crea el valor. Así es como
también se desarrolla “la economía del acceso[5]”,
economía en la que el intercambio de bienes es remplazado por un sistema de
acceso controlado por las empresas a través de diversos procesos de arrendamiento,
de leasing, de concesión, de derechos de admisión, de adhesión o de
suscripción, y que definen el uso provisional de esos bienes. El acceso
remplaza a la propiedad, el arrendamiento sustituye a la compra; los
consumidores ya no compran, sino que pagan por servicios de arrendamiento.Con el advenimiento de una sociedad
de servicios, la materia trabajada por
el hombre es el propio hombre. Cualificado o no, el trabajador reanuda un
contacto directo con los humanos. Los economistas anglosajones forjaron un
término: el “Face to Face” (o “F
2 F”), trabajo que exige un
contacto directo entre el productor y su cliente.
La concepción en sí de los
objetos de consumo por parte de las empresas se modifica para tomar
mejor en cuenta esa hegemonía de los servicios. Los productos dejan de ser
pensados como objetos dotados de características inmutables que tienen un valor
definitivo, y se conciben como productos
en evolución, los cuales pueden experimentar mejoras potenciales y aportar
servicios con valor agregado. A menudo el producto material sólo sirve de
soporte para la distribución de servicios y permite instaurar una relación
permanente de servicios entre la empresa y su cliente, como en las empresas de
telefonía móvil. Y ésta es la razón por la que suele venderse por debajo de su
valor real, con la esperanza de que incitará al usuario para que éste consuma
servicios más lucrativos: la política comercial de las sociedades de telefonía
móvil se inscribe en esta gestión.
Otra transformación importante es la que se refiere a la
personalización de la producción de servicios. Gracias a las nuevas posibilidades que las NTIC han introducido
en términos de procesamiento de la información y de interacción con los
consumidores, ha sido posible que las empresas adapten su oferta a las
necesidades específicas de sus clientes. Se trata de una mutación industrial
importante, hemos pasado de la producción en masa de bienes estandarizados a la
producción de servicios especializados. De esta manera, las actividades más
dinámicas y rentables del transporte por carretera, ferroviario o aéreo,
satisfacen las necesidades de sus clientes mediante técnicas de recepción y de
entregas especializadas con la ayuda de containers individualizados. Asimismo,
los establecimientos financieros más rentables ofrecen una gama completa de
servicios (que enlazan la banca, los seguros y las inversiones) adaptados a las
necesidades particulares de los individuos y de las empresas.
Desde un estricto punto
de vista contable, no cabe duda de que el
empleo pasó del sector de la industria al de los servicios, así como un
siglo antes se había trasladado de la agricultura a la industria[6].
En efecto, en el seno del Sector industrial las tareas de diseño y de
comercialización adquieren un lugar creciente. La misma industria se
terciariza y externaliza, y subcontrata todo aquello que no sea el núcleo
central de la producción que suele coincidir con la producción de lo
inmaterial. La cantidad de obreros que realizan tareas estrictamente
industriales aquellas que consisten en fabricar con sus manos o con ayuda de un
robot un producto manufacturado tiende a
alcanzar la de los campesinos.
Sin
embargo, hay que descartar un malentendido. La economía inmaterial en modo alguno está liberada del mundo de los
objetos. Ahora son menos costosos de fabricar en tanto disminuye el
valor de la parte de producción, pero siguen creciendo en volumen a los mismos
ritmos que antes. Los objetos ocupan tanto lugar como en el pasado. Hay que
seguir desplazándolos y reparándolos. En principio, la gran esperanza de un
trabajo liberado de la dureza relacionada con el mundo físico de los objetos
ciertamente no ha ocurrido, como lo testimonia el aumento regular del número
de los asalariados que padecen de dolores físicos[7].
En
el seno de este mundo terciarizado, no
obstante, los obreros de fábrica se han vuelto minoritarios. En adelante,
los obreros son más bien manipuladores o reparadores. Trabajan, sobre todo, en
un entorno de tipo artesanal, más que industrial. Los empleados también forman
una categoría en plena mutación. Hace veinte años, la mayor parte de los
empleados realizaban trabajos administrativos en empresas o en el sector
público. En cambio, en la actualidad la mayoría de ellos trabajan en el
comercio o en los servicios a los particulares. El cliente se convierte en una
figura central de su existencia y se presenta, a sus ojos, como quien
verdaderamente da las órdenes, en ocasiones más que el propio jefe.
3. Sociedad de la información[8].
Esta
primera manera de analizar la salida de la sociedad industrial, sin embargo,
no agota la cuestión, ni siquiera en el sentido estricto de una definición de
los oficios que se ofrecen. Los investigadores que estudian las nano partículas
o mejoran la eficacia de los microprocesadores también integran la sociedad
postindustrial. Esos empleos entran en parte en la definición de la sociedad
postindustrial como una sociedad del conocimiento. En la actualidad, diríase
más bien que se trata de una sociedad de la información. ¿Cómo caracterizarla?
Desde su origen, el capitalismo se ha desarrollado por etapas. Uno de los
motores de esta evolución lo constituyen las
innovaciones tecnológicas, las cuales implican una renovación de los sistemas de producción. Las innovaciones se
producen en oleadas sucesivas que les imprimen su ritmo a las transformaciones
del capitalismo a partir del siglo XIX, y se caracterizan por la génesis, el
crecimiento y el bloqueo de los sistemas técnicos, siendo una crisis lo que
señala el tránsito de un sistema a otro. Para caracterizar las revoluciones industriales, los economistas
hablan de General purpose technology (GPT): tecnologías de uso múltiple cuyo
potencial excede las intenciones y la imaginación de sus inventores. Cuando se
inventa la electricidad, a nadie se le ocurre que permitirá concebir
televisores o lavadoras. En el caso de la
informática, la gestión creciente de la información (sobre los clientes,
los administrados) explica la demanda dirigida a ese sector. Pero abre un campo
de posibilidades que desborda la necesidad inicial, se propaga al conjunto de
los sectores y modifica radicalmente su manera de concebir sus necesidades
iniciales. Así, Internet excede la intención de los primeros universitarios que
lo usaron para conectar y transferir datos entre las dos costas de USA, o del
Pentágono ante la amenaza nuclear. A
imagen de la electricidad un siglo antes, Internet posibilita una nueva
organización de la producción. Pero los términos de esta reconfiguración
escapan a sus creadores; pertenecen a otra lógica.
Así
como hubo una (primera) revolución industrial a fines del siglo XVIII y luego
otra a fines del XIX, es útil pensar el período actual como una tercera
revolución industrial. La primera revolución industrial (1760-1875) se
originó en Gran Bretaña con la siderurgia, los telares y la máquina de vapor. La máquina de vapor de Watt, la
máquina de tejer de Hargreaves y la metalurgia (el primer puente metálico se
construye en 1779) dan pie a los inicios de la industrialización. La
segunda revolución industrial (1890-1965) está asociada a la expansión de la
electricidad, del motor de combustión y de la industria química. Son la electricidad, el teléfono y
el motor de explosión los que transforman el mundo.
De
igual modo, una nueva revolución industrial vuelve a emerger en la década de
1970. Las nuevas tecnologías de
la información y de la comunicación (NTIC) constituyen una de esas olas
tecnológicas fundamentales por las que se señala la historia del capitalismo, y
a las que los historiadores califican como revoluciones industriales. Así las
NITC se inscribirían en la tercera revolución industrial. Esta ola tecnológica
lejos está de haber concluido, y el día de mañana abarcará al conjunto del
campo de las ciencias de la vida. A las NITC les conciernen tres dominios: la
telefonía, lo audiovisual y la informática. El origen de esta mutación
tecnológica se remonta al segundo conflicto mundial, cuando tuvo lugar el
desarrollo de la computadora y de la informática, resultado de la
investigación, por parte de los ingleses, encaminada a lograr elevadas
capacidades de cálculo con el fin de descifrar los mensajes secretos de los
alemanes, y, por parte de los estadounidenses, enfocada a la concepción de la
bomba atómica. Lo que hoy representa nuestra experiencia con internet y con las
NTIC constituye la segunda etapa de esa revolución tecnológica.
Cronológicamente en 1969:
puesta a punto de Arpanet para el Departamento de Defensa norteamericano, en
1971: Intel pone a punto el primer microprocesador, y en 1976:
comercialización de Apple u, que pronto servirá de modelo de las computadoras
de oficina.
Por
lo que se refiere a la tercera etapa, ésta ya se ha iniciado: se trata de la
etapa de las bases de datos que
capitalizan los conocimientos.
Las
NTIC actúan en el conjunto de la economía y de la sociedad. Las revoluciones
industriales precedentes modificaron profundamente, en primer lugar, la
agricultura y, a continuación, la industria manufacturera. De la misma manera
que el ferrocarril en el siglo XIX, y el automóvil en el siglo XX, el consumo
masivo de las NTIC transformará a nuestra civilización en el siglo XXI gracias
a la red universal y a la tecnología numérica. Presenciamos el surgimiento de
una sociedad en la que la información y los conocimientos adquieren un lugar
estratégico. Las NTIC ya son activas y se difunden por todo el tejido económico
y social. Son muy pocos los sectores que permanecen al margen, y con motivo: la
información es el primer ingrediente de la actividad productiva y de la vida social.
No cabe duda de que las NTIC afectan ya profundamente a los sectores de la
distribución, la banca y las finanzas, pero harán lo mismo en otras esferas,
como son las de la salud, la educación. Esta segunda manera de caracterizar la sociedad post-industrial ilustra
de otro modo las causas de la descomposición de la empresa industrial. En la
época de la globalización, las empresas tratan de centrarse sobre las
actividades de nivel planetario, aquellas que llegan al mayor número de
clientes. Las actividades inmateriales, donde el costo está en la primera
unidad, como, por ejemplo, la promoción de la marca, son mucho más interesantes
para las empresas que la estricta fabricación de los bienes que de ahí se
desprenden.
Las NTIC afectan a los sectores tradicionales de la economía mediante dos
series de efectos contradictorios: un efecto de canibalización que desemboca en
la destrucción de sectores enteros de actividades (el efecto negativo de
internet en el correo postal o en ciertas formas de comercio), y un efecto de
polinización que permite dinamizar a las empresas toda vez que suscita nuevos
métodos de organización, en especial los sistemas intra o extranet, como fuente
de interactividad y de creatividad de los asalariados.
Las NTIC no sólo facilitan y aceleran la transmisión de la información y
de los conocimientos, sino también alteran las modalidades de elaboración del
saber científico y técnico. En las ciencias cuyo objeto es lo viviente, la
numerización se presta a una codificación en extremo detallada, lo que desbroza
el camino a investigaciones cuya realización parecía imposible hasta el día de
hoy. De la misma manera, la revolución
numérica facilita nuevos enfoques y combinaciones, lo que permite obtener
la naturaleza modular de los objetos, de los métodos y de las organizaciones,
que es la vía para crear siempre mayor variedad en la oferta de bienes y
servicios.
Existe en lo sucesivo, por una parte, un proceso de consolidación mutua
entre el impulso de las actividades intensivas en la utilización de los
conocimientos y, por la otra, la producción y la difusión de las NTIC. Estas
últimas producen efectos en la economía, que en la década de 1990 además emergió un término que esclarece sus
desafíos: el de nueva economía; esta designa una modificación radical
del paradigma habitual de la economía. La nueva economía se caracteriza por una estructura de costos totalmente
atípica respecto de este esquema. Un programa es caro de diseñar, pero no de
fabricar. Lo que resulta oneroso en la nueva economía es la primera unidad del
bien fabricado, ya que la segunda y las siguientes tienen un costo bajo, hasta
verdaderamente nulo en ciertos casos límite[9].
En el lenguaje de Marx, habría que decir que la fuente de la plusvalía no está
ya en el trabajo consagrado en producir el bien, sino en aquel que concibió su
concepción.
Estamos en una era de los rendimientos
crecientes. El sistema técnico contemporáneo que se basa en las NTIC, tiene
una estructura de costos atípica, que se caracteriza por elevados costos fijos y,
como consecuencia, por costos variables de poca monta: el costo no depende casi
nada de la cantidad producida. Ejemplo de ello lo constituye la importancia de
los gastos de infraestructura y de permiso (los cuales constituyen gastos
fijos) de las empresas de telefonía móvil. Lo mismo puede decirse del software:
es la concepción del producto la que resulta onerosa para la empresa, en tanto
que su producción y su distribución tienen un reducido costo marginal. Será la
primera unidad la que tenga un costo elevado. Las empresas que funcionan según
ese modelo técnico se benefician de las economías de escala y de crecientes
rendimientos: sus costos por unidad se abaten y sus resultados se mejoran a
medida que aumentan su escala de producción. De esta manera, las empresas
incrementan su tamaño con objeto de sacar el mejor partido de esos rendimientos
crecientes. Aparecen los “efectos de redes”: cuanto más se vende en mayor
cantidad un bien NTIC, más aumenta su valor para el usuario (elige la compañía
de telefonía móvil que cuenta con mayor número de suscriptores y con la red más
importante). Semejante dinámica favorece al primer entrante en cada mercado,
pues este último se encuentra en condiciones de acaparar las ganancias. El
productor más grande es el que se beneficia de las economías de escala de
potenciales ilimitados. Sin embargo, para apoderarse de esta ventaja inicial es
necesario contar con una dimensión considerable, lo que explica la carrera por
el crecimiento de las empresas del sector de las NTIC, el cual se caracteriza
por sus numerosas y espectaculares operaciones
de concentración.
Como vemos las NTIC permiten aumentar la eficacia, en particular en la esfera del procesamiento, el
almacenamiento y el intercambio de información; favorecen la formación y el
crecimiento de nuevas industrias (multimedia, software, comercio electrónico);
e impulsan la adopción de modelos organizacionales originales cuyo objetivo se
cifra en mejorar la explotación de las nuevas posibilidades de producción y
distribución de la información.
Como vemos,
la sociedad postindustrial fija la unidad de dos términos en parte opuestos:
el que corresponde al diseño de los
bienes (lo inmaterial) y el que radica en su comercialización. Lo que tiende a desaparecer es la fabricación
de los bienes como figura socialmente pertinente.
4. El conocimiento, bien central de las empresas postfordistas.
El conocimiento como un bien más pone en entredicho
el paradigma económico estándar. En efecto, después del inicio de los años
setenta, la parte del capital inmaterial e intelectual se ha duplicado en
relación con el capital tangible o fijo, y el stock de capital inmaterial
rebasa el stock de equipo material. Todas esas inversiones son la expresión de
la evolución de nuestras economías hacia un nuevo modo de desarrollo: el de una economía fundada en el conocimiento y que se caracteriza por el papel medular que desempeñan los procesos de
producción, de procesamiento y de difusión de los conocimientos. La variable
fundamental de crecimiento será en lo sucesivo la intensidad del saber definida
como la proporción de trabajadores del conocimiento. Las actividades de alta
intensidad de saber, los servicios informáticos, la investigación y el
desarrollo, la enseñanza y la formación, representan casi la mitad de las
creaciones netas de empleos en Estados Unidos.
Ahora bien, el conocimiento[10] es
un bien particular y extraño que posee propiedades diferentes de aquellas que
caracterizan a los bienes convencionales, en especial a los bienes tangibles.
Esas propiedades son ambivalentes: por una parte, permiten explicar que las
actividades de producción de conocimiento tienen, en general, un rendimiento
social muy elevado y que, por lo tanto, constituyen un factor poderoso de
crecimiento económico; por otra parte, plantean temibles problemas de
asignación de recursos y de coordinación económica. Pero se cuestionan tres
propiedades fundamentales del paradigma económico convencional: la
transparencia (cada cual sabe qué es lo que necesita y qué es lo que está a la
venta), el carácter exclusivo del consumo de un bien (sólo comprándolo es
posible consumirlo), y su carácter rival (dos consumidores no pueden adquirir
un bien a mejor precio que un solo consumidor).
Podría pensarse que internet favorece la transparencia debido a que
permite comparar los precios casi instantáneamente. Ahora bien, en el terreno
de los hechos, la complejidad de los servicios vendidos perjudica a la
transparencia: el usuario no sabe exactamente qué está comprando mientras
suscribe su abono. Corre el riesgo de ser prisionero de una relación a largo plazo que lo coloca
en una situación de inferioridad en relación con el vendedor: es el caso de los
abonos a internet o la telefonía móvil. En cuanto al vendedor, éste no se
encuentra en condiciones de hacer pagar el producto antes de que sea consumido,
ya que los bienes y los servicios pueden reproducirse con un costo casi nulo.
Por último, de acuerdo con la teoría, el bienestar de la sociedad se maximiza
cuando los usuarios tienen la posibilidad de pagar los bienes y los servicios
al costo marginal de éstos, es decir, al costo de la última unidad producida.
Lo anterior significa que, en el sector de las NTIC, los bienes y los servicios
deberían cederse casi gratuitamente debido a que su costo marginal es
prácticamente nulo: en efecto, la mayor parte de los costos es fija. Si se
aplicara esta regla, el productor correría el riesgo de quebrar, lo que
demuestra que, en ese nuevo contexto, el razonamiento económico tradicional
resulta inadecuado. Así, las características de las NTIC y de la economía del
conocimiento una vez más ponen en entredicho la hipótesis de la famosa mano
invisible, según la cual los mecanismos del mercado conducen espontáneamente a
los protagonistas hacia una situación óptima, es decir, satisfactoria para
todos. Y lo anterior plantea el problema
de la regulación de los mercados y del papel de los poderes públicos en la economía contemporánea.
En la medida en que lo esencial de
los costos es fijo, la economía no puede adaptarse a un régimen de
competencia pura y perfecta. Si un software recién concebido fuera de inmediato
puesto a competir con productos similares, la guerra de los precios de los
fabricantes colocaría a la empresa en la imposibilidad de recuperar los gastos
que permitieron su concepción. Con la finalidad de eliminar ese riesgo, las
empresas procuran diferenciarse entre sí: se trata de uno de los aspectos de la
producción personalizada que describimos con anterioridad. Sobre cada variedad
de bienes o de servicios, las empresas
erigen un monopolio particular en cuyas fronteras se encuentran
compitiendo con los proveedores de variedades vecinas. El objetivo de las
empresas de la nueva economía se cifra en beneficiarse de una renta de situación para amortizar sus
costos de investigación y desarrollo sobre una considerable masa de
consumidores. Las empresas dan prueba de mucha imaginación para protegerse de
la competencia: realizan el esfuerzo de erigir barreras a la entrada a su
mercado con la finalidad de mantener al adversario a distancia. En ese campo de
batalla, las empresas utilizan todas las armas de las que disponen para
alcanzar sus objetivos, entre los que figuran la corrupción o el abuso al ocupar la posición dominante, como lo
demuestran ciertos casos judiciales recientes, como el proceso iniciado contra
Microsoft en Estados Unidos y en
la
UE. La competencia es mundial y violenta. Las alianzas se
rompen y se renuevan a menudo. El modelo ideal de la competencia pura y
perfecta se esfuma.
5. La nueva organización del trabajo, tras
los límites del fordismo[11].
Ello nos conduce a la segunda ruptura, la de la organización
del trabajo, que viene no solo por la implantación de las NTIC sino
también por las propias contradicciones
del fordismo.
Desde el comienzo, es decir, desde
1913 el fordismo está habitado por una contradicción
interna, muy pronto percibida por el propio Ford. La organización
científica del trabajo (OCT), por hipótesis, es repetitiva, aburrida,
alienante. Para escapar de ella numerosos obreros practican el absentismo, y
obligan a la empresa a buscar reemplazantes de un día para el otro. Sin embargo,
la OCT hace que
el conjunto de la cadena sea íntimamente dependiente de la adhesión de los
obreros, si se aburren, se abstienen, desertan y no funciona la cadena.
Preocupado por esta cuestión, Ford pide la opinión de psicólogos, de
ergónomos. Rápidamente comprende que ninguna de las vías sugeridas para
remediar el aburrimiento obrero es suficiente. Su genialidad se advierte en el
famoso episodio en el que de la noche a la mañana decide duplicar el salario
obrero para pasar al célebre five dollars day, cinco dólares por día en vez de
los dos o tres dólares anteriores. Los problemas que gangrenaban el
funcionamiento de las fábricas Ford se desvanecen de manera brutal. Los obreros
se presentan en las puertas de las fábricas, el absentismo da paso al deseo de
hacer bien las cosas.
La teoría del salario de eficiencia permite comprender mejor los
resortes del fordismo. Según ésta, puede incrementarse la productividad
de un trabajador al aumentar su salario, mientras que la idea habitual es
inversa: por lo general, son las ganancias de productividad las que, antes,
gobiernan los salarios obreros. Toda la historia del fordismo se encuentra en esta inversión de los términos: al aumentar los salarios, se incrementa la
productividad. Integrando en sus salarios las aspiraciones obreras, se permite
realizarlas.
En
este punto, se ilumina la unidad de la
cuestión económica y la cuestión social en el seno de la sociedad industrial.
El fin principal de
la OCT es tornar productivos a
los segmentos menos dotados de la sociedad. Todo el trabajo de los
ingenieros y de los ergónomos apunta a hacer al obrero sin calificación lo más
productivo posible. El corazón de la cuestión social, que consiste en saber
cómo integrar a la sociedad al conjunto de sus componentes, es así asumida por
la propia economía. No sólo se trata de dar un empleo a los obreros, sino
también de velar por que sean productivos, organizando la producción en
función de ello. Es esa unidad entre la cuestión económica y la cuestión
social la que hoy se ha perdido.
No
obstante, aquí se juega la
contradicción interna del fordismo: para adquirir el asentimiento de los
obreros no basta con duplicar su
salario respecto de lo que ganaban antes; hay que hacerlo en relación con lo
que ganarían en otra parte. En efecto, poco importa ganar dos veces más
que ayer. Para escapar al aburrimiento, al embrutecimiento, lo importante es
pensar que uno esta mejor remunerado aquí que en otra empresa. Pero la
extensión del fordismo al conjunto de la economía imposibilitará
progresivamente esa fuga hacia adelante. Aislado en una sociedad artesanal, el
fordismo puede prosperar. Generalizado en el conjunto de la sociedad, sólo puede
decaer.
Los límites del fordismo se alcanzan
cuando la inflación salarial, una vez generalizada, no desemboca ya en
ganancias de productividad, sino en la inflación a secas, cuando las firmas no
tienen otra elección que transferir los aumentos de salarios sobre sus precios
de venta. El bloqueo del sistema se torna perceptible a partir de la década de
1960, y patente durante la siguiente, en cuyo transcurso no se observa ya
ninguna progresión de la productividad.
A
esta contradicción interna del fordismo se añade una contradicción externa que a su vez va a romper el sistema
industrial del siglo XX. Consiste en otra fórmula adjudicada a Ford: no esperar
de sus obreros “ni que sepan leer, ni que sepan escribir, ni que sepan hablar
inglés, sino tan sólo que no beban en el trabajo”. El trabajo en cadena fue concebido para una población iletrada,
que, en efecto, no suele hablar inglés, en la medida en que a menudo se trata
de una población inmigrante.
Porque
el taylorismo soslaya a la antigua clase obrera, aquella que se había
constituido progresivamente en aristocracia obrera en el seno del factory
system, y de la que surgieron los primeros sindicatos norteamericanos. Estos
últimos no piensan en afiliar a la mano de obra analfabeta que viene de Sicilia
o de Polonia, y de la que desconfian. Por el contrario, el fordismo les abre
sus puertas.
Es
aquí donde se juega la contradicción externa del fordismo. Mientras los
primeros obreros no saben ni leer ni hablar inglés, no ocurre lo mismo con sus
hijos y nietos. Los progresos de la educación descalabran los fundamentos del
fordismo.
Así
como la electricidad va de la mano de lo que se convertirá en
la Organización Científica
del Trabajo (OCT), el taylorismo, de igual modo la revolución informática va acompañada en la actualidad de una nueva
organización del trabajo que parece indisociable de su advenimiento.
El
hecho de que estos fenómenos estén relacionados entre sí en modo alguno
significa que la tecnología produce mecánicamente su propio modo de organización
social. Cuando se inventó la electricidad, nada indicaba que desembocaría en el
trabajo en cadena. De hecho, en el comienzo se creyó que iba a rubricar la
revancha de los pequeños artesanos sobre las grandes empresas.
Este
punto ilumina con claridad la naturaleza de esta indeterminación. Antes de la
aparición de la electricidad, las fábricas que utilizaban la máquina de vapor
se apoyaban en una organización del trabajo específica, el factory system. Esta
funcionaba de la siguiente manera: se colocaba una máquina de vapor en el centro
de la fábrica para que proporcionara la energía necesaria para el trabajo de
los obreros. Ellos eran pagados a destajo, la única manera tangible en la época
de controlar su eficacia. Aquí es el patrón quien aporta el capital y la
máquina de vapor la que reemplaza las energías naturales: el agua, el viento,
la tracción animal o humana. Sin embargo, desde un punto de vista profesional
la organización interna de la fábrica permanece en gran medida calcada sobre
el modelo de la producción medieval. Allí se encuentran cuerpos de oficios que
replican el mundo de los compañeros artesanos al transmitir su saber de una
generación a otra. Es un asunto de ojo cuando el vidriero o el fundidor abre el
horno, de oído que acecha los ruidos de la máquina o del taller, de nariz o de
piel cuando hay que apartarse del cebadero. Hasta fines del siglo XIX, el
obrero de oficio es el heredero de los secretos de las corporaciones. Así, en
una concepción totalmente elitista de su función, el principal sindicato
norteamericano,
la APL,
la American
Federation of Labor, convierte en sus inicios la adhesión al
sindicato en un estricto asunto de oficios, excluyendo a los unskilled, los
obreros no calificados, por lo general inmigrantes.
Cuando
se inventó la electricidad, los pequeños artesanos que padecían por no
disponer de una máquina de vapor pensaron que había llegado la hora de su
revancha. La electricidad traía la promesa de una democratización del acceso a
la energía. Permitía pensar que pronto no se necesitaría ni a un patrón ni un
capital. Esta promesa no deja de anticipar los primeros momentos de la
revolución informática, donde del mismo modo se creyó poner fin a las grandes
organizaciones industriales del siglo XX en beneficio de un nuevo modelo, más
artesanal, el del small is beautiful.
6. La empresa postfordista: la
flexibilidad.
El despliegue de las NTIC y el desarrollo de la producción de servicios
personalizados se traducen en el cambio de los métodos de trabajo y de la organización
internacional de las empresas. En el nuevo mundo industrial la empresa
experimenta importantes transformaciones. El objetivo central lo constituye la búsqueda de flexibilidad, es decir, la
adaptación permanente a la evolución de la demanda de servicios personalizados
por la difusión de las NTIC, de los equipos programables y de las innovaciones
organizacionales.
Los objetivos que se
asigna la organización del trabajo en
la edad de Internet son: la adaptabilidad a la demanda, la reactividad,
la calidad y, sobre todo, la utilización de todas las competencias humanas.
Estas objetividades se traducen en una
polivalencia incrementada de los asalariados y una delegación de responsabilidad en los niveles jerárquicos inferiores. Las NTIC hacen que la empresa se desplace de un modelo intensamente
jerarquizado, en el que la información se encontraba centralizada, a un modelo
interactivo en el que la decisión está menos programada y la información está
más distribuida. Con esta nueva organización, la administración se encuentra
más en condiciones de movilizar a todas las inteligencias para ponerlas al
servicio de las nuevas necesidades del cliente.
La empresa ha dejado de estructurarse de manera jerárquica para encuadrar
a millones de obreros. La generalización de las microcomputadoras en redes,
favorecida por el abatimiento del precio de esos equipos, suscita coordinaciones transversales que
implican la limitación del número de niveles jerárquicos. En la empresa, la
coordinación llega a ser más horizontal que vertical; el organigrama se asemeja
menos a una pirámide que a una red,
y así es como se desarrollan las empresas-redes, según la expresión que utiliza
Castells[12]. En
el seno de la producción, la reducción de los escalones jerárquicos permite
delegar mayores responsabilidades en niveles que antaño sólo recibían
directivas, en tanto los trabajadores también se tornan más responsables de
sus desempeños.
El desarrollo de la “conectividad” de las empresas, que constituye el
campo fundamental de la aplicación de las NTIC, les permite establecer
relaciones directas con otras empresas (se trata del “B to B”, business to
business) o con los clientes (“B to C”, business to consumer o F2F). Frente a
la clientela, la sociedad de la información permite a los productores una
producción flexible, justo a tiempo y a medida.
Como nunca antes, el motor de la creación de riqueza por parte de la
empresa es su capital intelectual, llegando a ser secundario el capital físico.
La empresa cambia el modelo productivo: bajo el régimen tayloriano, se
encontraba organizada de manera estática, sobre la base de una división técnica
del trabajo la que a su vez se fundaba en una relación física entre las
máquinas y los productos. Las nuevas empresas tienden a evolucionar hacia la
lógica de la división cognitiva del
trabajo destinada a valorar su capital intelectual. Las NTIC desempeñan
un papel central en esta carrera, a saber: ellas son una poderosa herramienta
de vigía tecnológica y de gestión de los conocimientos acumulados en la
empresa. Internet no sólo constituye una fuente mundial de información casi
gratuita, sino también una puerta de acceso, por medio del rodeo de los motores
de investigación, a la información que es el objetivo y que resulta pertinente
(patentes, estrategias de los competidores, etc...).
En ese nuevo mundo industrial, las dos fuentes de eficacia de las empresas son la creatividad técnica
y el saber hacer comercial. La automatización ha reducido considerablemente
el número de puestos consagrados a la producción. Por una parte, el empleo se
concentra en las tareas de concepción destinadas a definir nuevos productos y
técnicas de producción competitivas, y, por la otra, en las tareas de
distribución, cuyo papel fundamental consiste en garantizar la interfase con el
cliente para determinar las necesidades específicas de este último. En la
empresa-red la mayor parte de las tareas se externalizan: las actividades de
producción se le confían a subcontratas. Por lo que se refiere a las tareas de
concepción, éstas no las llevan a cabo asalariados en el seno de la empresa,
sino más bien personas más o menos autónomas, que están asociadas a las
ganancias y a los riesgos de la empresa, y que participan en la red en el marco
de estructuras, como pueden ser los centros de ganancias independientes o los
asociados externos.
7. Nuevas
relaciones sociales, nuevo mercado de trabajo.
El desarrollo de las nuevas tecnologías, el ascenso al
poder de las finanzas internacionales y el surgimiento de un nuevo régimen
capitalista van a la par de las profundas mutaciones de la sociedad y de las
relaciones sociales. En otros términos, la transformación del modo de
producción capitalista, a partir de fines del siglo XX, implica la formación
progresiva de estructuras sociales y de nuevas desigualdades. En el régimen anterior de
crecimiento fordista, la organización social presentaba tres características
fundamentales: instituciones centralizadas, relaciones sociales estables y
valores colectivos sólidos. Estas tres características tienden a esfumarse en
la actual sociedad.
De acuerdo con Manuel Castells, el advenimiento de una sociedad en redes característica
de la era de la información genera la descentralización
de las relaciones sociales. Empresa, familia, Estado, medios de comunicación:
en estas diversas esferas, transitamos de una sociedad en la que todas las
instituciones estaban centralizadas a una sociedad organizada en redes. Como lo
hemos visto, las nuevas tecnologías tienden a remplazar la organización de la
empresa tayloriana, basada en la jerarquía, por una organización horizontal y
descentralizada respaldada en la noción de conectividad. Podría pensarse que
esas transformaciones afectarán a otras instituciones. Así, la organización de la sociedad en redes
es un estorbo para la conservación de valores colectivos sólidos, como son la
solidaridad y la ayuda mutua, que constituían los fundamentos del modelo
fordista. En efecto, la descentralización de las relaciones sociales, inducida
por las redes, incita al individualismo y a evitar a los demás. Incluso la
noción de “bien común” se torna problemática: toda vez que la pertenencia o la
no pertenencia a la red es con frecuencia invisible, ¿cómo saber entre cuáles
personas un bien se pone en “común”? El aserto anterior aclara asimismo el
vínculo existente entre la sociabilidad en red y la exclusión social: en una
organización reticular, los más desposeídos corren el riesgo de desaparecer sin
dejar huella.
Las transformaciones de los modos de producción y de consumo también han
tenido como consecuencia el estallido
de las relaciones salariales y la puesta en entredicho del modelo de
empleo estándar. En lo sucesivo, la competencia se basa sobre todo en la
calidad y en la innovación, lo que implica una mayor diferenciación de los contratos
de trabajo y la individualización de los salarios. Se trata de tomar en cuenta
las diferencias de calificación, de aptitudes y de motivaciones que, se supone,
se encuentran en el origen del éxito económico. El valor de un asalariado
reside cada vez en mayor medida en lo que lo distingue de otros asalariados, y
cada vez menos en lo que tiene en común con ellos. De aquí la proliferación de
las formas de empleo, el ascenso del individualismo y la disolución de las
solidaridades de clase. El mercado laboral se asemeja cada vez más al modelo
del mercado competitivo tal como se lo describe en los manuales de economía, es
decir, poblado de protagonistas individuales. Hay allí una ruptura radical con
el compromiso capital trabajo y la determinación colectiva de las
remuneraciones, las cuales, durante el periodo fordista, habían permitido
conservar una relación salarial uniforme y codificada por la ley. El trabajador
con un modelo de relación laboral estatutaria ha saltado por los aires.
Asimismo, el estatus del trabajo
se ha modificado profundamente. El contrato por tiempo indefinido, símbolo
del empleo asalariado estable en la empresa y del cuasi estatus negociado en el
marco de las convenciones colectivas de las ramas de producción, constituía la
relación laboral característica del fordismo. Las nuevas prácticas que tienen
lugar en el mercado de trabajo se encuentran en el origen del surgimiento de un
estatus resquebrajado del trabajo debido en gran parte a la búsqueda de
flexibilidad por parte de las empresas. Sus tres características principales
son las siguientes: el empleo a tiempo parcial, los contratos de trabajo
temporales y el empleo autónomo[13]. El
empleo a tiempo parcial permite adaptar la duración del trabajo a las
necesidades de la empresa. Practicado desde hace mucho en los países del norte
de Europa por una mano de obra fundamentalmente femenina, conoce un rápido
desarrollo en el resto de
la
EU. Los contratos de trabajo temporal, segunda forma de
flexibilidad que exige el mercado laboral, afectan especialmente a los más
jóvenes. De esta manera, en el momento presente, la principal fuente de
desigualdad entre asalariados la constituye el trabajo a tiempo parcial y el
temporal. El trabajo autónomo es parte el resultado de la creación de nuevas
empresas en los sectores de servicios vinculados a las nuevas tecnologías,
parte fruto de la externalización de
actividades por las empresas. Esos empleos corresponden sólo formalmente a
los de empresarios individuales independientes: más frecuentemente, los trabajadores
autónomos y los autónomos subordinados son, de hecho, asalariados en situación
de completa dependencia económica respecto de quienes dan las órdenes, pues
carecen de independencia en el mercado.
Las condiciones laborales se han visto igualmente trastornadas por la
reorganización de las empresas que procuran adaptarse a los datos del nuevo
capitalismo: mundialización, informatización, externalizacjón de la producción,
presión de los accionistas, diversidad y versatilidad de la demanda. Las
innovaciones organizacionales, a las que se califica de prácticas flexibles,
pretenden romper con la lógica del modelo tayloriano (explotación de las
economías de escala, estandarización de los productos, un hombre = una tarea).
Nuevos métodos de producción que no nacieron directamente de la revolución
informática. En parte, retoman los métodos experimentados en el Japón durante
la década de 1960, asociados con el “toyotismo”. No obstante, la informática
permite radicalizar su uso y crear nuevas aplicaciones para las que se
desarrollará la idea de la “conexión en red” de unidades de producción
complejas, tanto en el seno de la firma como fuera de ella. Al comienzo, en la
década de 1980, sólo algunos sectores se ocuparon de reorganizar de esa manera
sus modos de producción; y fue precisamente su difusión progresiva al conjunto
de la economía lo que contribuyó una década después a la aceleración de la productividad
en los Estados Unidos.
En lo sucesivo, los objetivos son la adaptabilidad a la demanda, la
reactividad, la calidad y, sobre todo, la optimización del proceso productivo,
objetivos que ponen en movimiento a todas las habilidades humanas. Asimismo,
que implican la polivalencia acrecentada de los asalariados y la delegación de la responsabilidad a los
niveles jerárquicos inferiores.
Impelidas por las instituciones de inversión colectiva, las empresas
ejecutan nuevas prácticas en las que flexibilidad es la palabra clave: equipos
autónomos, círculos de calidad, re-engineering, lean production o producción lo
más ajustada posible, just a time. Esta última proviene directamente del modelo
llamado de “producción toyotista”, que se funda en la eliminación de los
stocks, en el justo-a-tiempo en la circulación horizontal de la información y
en las sugerencias por parte de los asalariados para mejorar los desempeños y
la calidad. Tres ejemplos[14] pueden iluminar el paradigma
organizativo del mundo contemporáneo: el de la mecanógrafa, el del vendedor de
la FNAC, y, por último, el de un
empleado de ventanilla de un banco.
La mecanógrafa, primero, con la
incorporación del PC y del procesador de texto, padeció una competencia
temible. El procesador de texto destruye su trabajo. En adelante, cualquiera
puede mecanografiar un texto. El derecho al error que autoriza el procesador de
texto conduce a que la principal cualidad de los mecanógrafos, poder escribir
un texto perfecto, deje de ser esencial.
Este
ejemplo ilustra una cuestión que descubrieron los economistas en la década de
1980: las nuevas tecnologías tienden a hacer más productivos a los trabajadores calificados y desvalorizan el trabajo de los menos
calificados. El personal directivo que utilizaba el trabajo de los
mecanógrafos está liberado de ellos: su trabajo se torna más productivo. Este
razonamiento permite comprender por qué el progreso técnico trae aparejado un ascenso
de las desigualdades en la década de 1980. Como el trabajo no calificado se vuelve sobreabundante, su remuneración
debe bajar, y en tanto el trabajo calificado se torna más productivo, su salario
puede crecer.
El
segundo ejemplo que permite captar la índole del cambio organizativo es el de
un vendedor de
la FNAC, que ahora realiza
varias tareas a la vez. Administra los stocks en tiempo real, aconseja al
cliente sobre los aparatos electrónicos y lo acompaña a la caja. La cadena
jerárquica clásica, donde la ejecución de la venta obedece a una lógica
top-down, de arriba abajo, en la que cada uno ejecuta una tarea específica
según un plan previsto, es reemplazada por una organización más flexible del
trabajo: la dinámica en la que el obrero x hacía lo que le indicaba el capataz
y, quien recibía sus órdenes de un ejecutivo z, es reemplazada por una forma
de organización del trabajo en que la misma persona puede recibir las
informaciones, elevarlas y actuar en consecuencia.
Es
posible establecer una analogía con el sistema que se experimentó en la década
de 1960 en las fábricas Toyota del Japón. El sistema top-down fue cuestionado
por una organización del trabajo más flexible, que permite a los obreros
elevar las informaciones referentes a sus necesidades en piezas separadas, en
colores. Se había caracterizado ese sistema con una fórmula: “pensar al revés”.
Partir del cliente para subir a la producción, y no a la inversa, como ocurría
en el fordismo. En su origen, el toyotismo sigue siendo bastante tosco. Para
elevar las informaciones, los obreros utilizan un sistema de pequeños
cartelitos, los kan ban, en los que indican sus necesidades. El método toyotista
señala, sin embargo, el comienzo del ocaso del taylorismo. Permite que el
obrero interrumpa la cadencia de la cadena para reprogramar, por ejemplo, el
color de los autos.
Uno
de los efectos de esas reorganizaciones es reducir la parte de empleo asignada
al personal directivo. Aquí emerge un proceso que a su vez aumenta las desigualdades: en ocasiones, los escalones
intermedios son aspirados hacia arriba o, con más frecuencia, desclasados
hacia abajo. En la década de 1950, aún era posible realizar una carrera
obrera, ofreciendo a los más meritorios una promoción hacia funciones más
directivas. Lo propio de la condición obrera en la actualidad es permanecer
cerrada sobre sí misma, privada del
acceso a los escalones intermedios que le permitirían progresar. A partir
de ahora, existe un riesgo considerable a permanecer siempre en lo más bajo de
la escala salarial. Cada vez con más frecuencia uno es mileurista de por vida.
El tercer ejemplo que ilustra los
cambios organizativos de la década de 1980 es el trabajo del cajero de un banco. Hace 30 años, la
organización de un banco obedecía a una lógica taylorista común: había varias
ventanillas servidas por distintos empleados, se hacía una fila detrás de una
primera ventanilla para obtener una libreta de cheques, y luego una segunda
para depositarlo. A continuación, uno iba hacia la caja para retirar su dinero.
Nadie hubiera pensado en mezclar esas tareas, como tampoco en encargarle a una
misma persona la función de clasificar los cheques y de responder el teléfono.
Sin embargo, en la actualidad es el mismo empleado quien hace todo, o casi
todo: cobra los cheques, entrega a los clientes el dinero que van a retirar,
consulta su cuenta, da informaciones sobre la apertura de una cuenta o acerca
del uso de una tarjeta de crédito, responde el teléfono, acciona la apertura de
la puerta. Si la pregunta que le formulan es demasiado complicada, antes de
enviar al cliente a conversar con una persona más especializada, le gestiona la
cuestión ante un servicio centralizado de resolución de dudas, pues es posible
que ese tercero no exista en su oficina.
¿Qué
razonamiento económico aplicar para comprender la emergencia de esta polivalencia?
Ninguno de los razonamientos señalados resulta muy convincente. La informática,
por cierto, permite un tratamiento en tiempo real de ciertas tareas, lo que
antes era inconcebible. Gracias a la computadora, es posible disponer de
informaciones sobre el cliente que dan a conocer de inmediato su solvencia. La
informática también le permite al vendedor de
la FNAC administrar los stocks
en tiempo real. Pero responder el teléfono al mismo tiempo que se dan los
billetes y se reciben los cheques se basa en principios de organización del
trabajo totalmente concebibles antes de la revolución informática. Como se ve
la nueva organización del trabajo no está
directamente relacionada con las nuevas
tecnologías, sino con nuevos principios sociales.
Si
no es la avanzada de las técnicas, ¿cuál es el principio económico que permite
comprender esta reorganización[15] del trabajo? La explicación es sencilla, y una vez más viene del Japón: la nueva organización del trabajo hace todo
lo posible para aniquilar los “tiempos muertos”. En el mundo actual, ya
no se trata de pagar a alguien para no hacer nada, para esperar al cliente en
la caja o en otra parte. La caza del tiempo muerto (de la muda, derroche en
japonés) obliga a que un empleado siempre tenga algo que hacer. La revolución
informática es útil aquí: al cliquear sobre su mouse, es posible continuar un
trabajo dejado en suspenso, allí donde se lo dejó cuando lo interrumpió un
cliente. Pero el principio al que obedece esta nueva organización del trabajo
es externo, se trata de la consecuencia
mecánica de un dato fundamental: el alza del valor del trabajo.
Entre
comienzos del siglo XX y principios del siglo XXI el salario obrero fue
multiplicado por siete (con respecto al precio de las mercancías y las
inversiones). A partir de entonces, todo principio organizativo que reduce
esta parte, que sencillamente permite a una sola persona ejecutar las tareas
antes realizadas por dos individuos, conduce a ahorros muchos más importantes
(siete veces más elevados) que un siglo atrás. Al respecto, es posible
comprender mejor el interés por el procesador de texto: el hecho de que el
ejecutivo escriba por sí mismo su correo permite realizar un ahorro directo de
mano de obra, el de la mecanógrafa. Desde ese mismo punto de vista, reducir las
tareas directivas reemplazando al capataz por un programa informático resulta
interesante. Reunir las tareas de cajero y de consejero ya no tiene nada de
misterioso: aquí también se intenta disminuir el tiempo muerto. En todos los
casos, se trata de que el trabajador esté constantemente activo, de evitar que
su trabajo quede en barbecho.
Esos
nuevos enfoques de la organización de la empresa, no solo aparejados a la
utilización de las NTIC, sino
también directamente relacionados con
nuevos principios sociales, han contribuido a los beneficios de productividad del trabajo y de la
productividad total de los factores realizados por las empresas estadunidenses[16] a lo
largo de la última década. Sin embargo, por detrás de la visión idílica (de la
que son portadoras las sociedades de consejo en organización) de un mundo en el
que los empleadores encuentran nuevos “yacimientos” de productividad y donde
los asalariados están felices de asumir responsabilidades se oculta una
realidad diferente. En efecto, las encuestas ponen de manifiesto la
intensificación y la degradación de las condiciones de trabajo, lo que explica
que ese nuevo modelo productivo haya recibido el nombre de neostajanovismo[17].
Este “neoestajanovismo” conduce a economistas a criticar la idea según la cual las nuevas tecnologías
permiten ganancias de productividad en el sentido habitual del término, y ofrecen
un recurso al trabajo humano que lo torna más eficaz. Si ya no hay tiempo
muerto, si la gente trabaja todo el tiempo, se trabaja más y no, minuto por
minuto, de manera más productiva. Evidentemente, se trata de un exceso: el
correo electrónico hace ganar productividad sobre el correo común. Pero la
observación es interesante: la revolución informática no es una revolución
“energética”, como lo fue la revolución de la electricidad o la de la máquina
de vapor. Como su nombre lo indica, se
trata de una revolución de la información, que en la práctica significa
una revolución de la organización.
Por tanto, para concluir podemos afirmar
que existe un vinculo estrecho entre la revolución informática y los nuevos
modos de organización del trabajo, así como entre la electricidad y el fin del
factor system, aunque, en ambos casos, sería falso hablar de un lazo de
necesidad. Es más atinado aludir a un encuentro oportunista: la electricidad va
a ayudar a Ford a realizar el programa taylorista; la informática permite que
la FNAC realice el programa
toyotista.
No obstante, lejos de significar el
advenimiento de la gran esperanza del siglo XX, este mundo postindustrial
multiplica los desórdenes físicos y mentales[18]. El
recrudecimiento de los accidentes de
trabajo no es fortuito. Más que desaparecer, como lo sugería la
terciarización de la economía, éstos no dejaron de progresar. La fatiga
psíquica y el stress se vuelven frecuentes. El capitalismo moderno se nutre de
exhortaciones paradójicas frente a las que los trabajadores no siempre pueden
defenderse psicológicamente. “Ofrecer al cliente el mejor servicio posible,
pero consagrándole el menor tiempo posible”, o incluso “asumir
responsabilidades, pero sin por ello tener tantas responsabilidades efectivas
en la definición del trabajo”, son imperativos frecuentes que aumentan la
ansiedad. Asimismo, en ocasiones también se ignora hasta qué punto las causas
físicas de los accidentes de trabajo son importantes. Los trastornos de la
musculatura y del esqueleto, por ejemplo, se multiplicaron en el curso de las
dos últimas décadas, para convertirse en la principal categoría de las
enfermedades profesionales enumeradas. Un ejemplo particularmente esclarecedor
es el del oficio de jefe de sección. Su tarea, que consistía en hacer el
inventario, fue modificada por la introducción de los escaners de código de
barras. Así, su misión se desplazó: antes consistía en verificar que no faltara
ningún producto y, llegado el caso, en reemplazarlo. Para ellos, la
informatización significó un aumento de tareas físicas: ahora son ellos mismos
quienes deben llevar a la sección los productos en falta. Estas prácticas, como la rotación de
puestos y el cambio frecuente de process (modo de producción), manifiestan ser
poco compatibles con la aplicación de normas de seguridad. El aumento de
responsabilidad que ha recaído en cada asalariado, siempre que pueda contribuir
a enriquecer su trabajo, incrementa también la presión psicológica, el estrés.
De modo que esas reorganizaciones habrían implicado asimismo un alza de la
frecuencia de accidentes y de enfermedades del trabajo.
En promedio, las prácticas innovadoras en materia de
organización del trabajo (control de calidad, rotación de los puestos,
flexibilidad del tiempo de trabajo) generan un aumento de los accidentes de
trabajo, que varía de un 15% a un 30% relacionados, sobre todo, con fatigas
físicas y con el agregado de tensiones psíquicas. Estas patologías muestran cuán optimista era la
predicción respecto del advenimiento de una sociedad de servicios, que
supuestamente iba a liberar el trabajo humano de la fatiga física. No es ésta
la que caracteriza el límite del fordismo, sino otras fuerzas, de naturaleza
económica y social.
9. Traslado a los asalariados de
los riesgos de la empresa.
La transformación de las
relaciones sociales de producción, inducida por la nueva lógica industrial y
financiera de las empresas, se ha traducido en el debilitamiento de la posición de los trabajadores, hacia
los que se ha trasladado una
parte considerable de los riesgos de la
empresa. No hay que olvidar que el capitalismo no es un sistema
filantrópico sino estratégico que ha entendido como evitar la fortaleza obrera.
Por un lado, las solidaridades sociales desaparecen[19] debido al funcionamiento en red de la empresa, que externaliza una parte cada
vez mayor de su producción, y al ascenso del individualismo[20]: en
consecuencia, el poder de negociación colectivo de los trabajadores se ve
reducido. Esa fluidez ha debilitado al poder sindical y le impide cristalizar
los valores colectivos. Por otro lado, en virtud de la lógica accionarial, los
asalariados se han convertido en el socio más débil de la tríada
accionistas/dirigentes/asalariados. Los inversores, que defienden los intereses
prioritarios de los accionistas, exigen rendimientos a la vez elevados y
permanentes. En las fases de recesión coyuntural o de abierta crisis depresiva
como la actual, la masa salarial constituye la principal variable de ajuste de
la que disponen los dirigentes para asegurar la estabilidad de los resultados
de la empresa. De esta manera, en el curso de los últimos años, el salario real
ha aumentado, en promedio, menos rápidamente que la productividad del trabajo.
La flexibilización de la masa salarial se obtiene a menudo por la puesta en práctica de planes sociales, a fin de
responder a las amenazas de debilitamiento del valor de la acción: los despidos
“bursátiles” se inscriben en esa lógica. Esos despidos obedecen en mucho mayor
medida a una lógica financiera que a una industrial. Es evidente el ritmo
estacional de los despidos económicos, los cuales culminan en enero y en
junlio-agosto, es decir, cuando se definen y se revisan los presupuestos en las
empresas cara a
la Hacienda,
y de ello han concluido que los despidos económicos se encuentran,
efectivamente, vinculados a la gestión y a los procedimientos presupuestales
más que a las necesidades industriales. En cierta forma, hoy en día la ambición
de los protagonistas financieros parece cifrarse en transformar el trabajo
en una mercancía tan fluida como lo ha llegado a ser el capital.
Semejante transferencia de los
riesgos hacia los trabajadores muestra ser una aberración económica debido a tres razones. En principio, son los asalariados quienes asumen los
riesgos, en la medida en que el trabajo se ha convertido en la variable de
ajuste en las empresas. Ahora bien, de acuerdo con la teoría financiera más
ortodoxa, ese papel debería corresponderle a los accionistas. En segundo lugar,
la tasa de rendimiento del capital (el famoso ROE, o return on equity) del 15
por ciento, que es la que exigen los inversores, no se puede sostener a plazo:
en el caso de que fuera sostenible, el crecimiento de las utilidades sería con
mucho superior al del PIB, lo que significa que el conjunto de la riqueza
nacional acabaría en las manos de los dueños de capitales. Por último, la
principal salida de la producción de las empresas es el consumo por parte de
los hogares, el cual depende sobre todo de los salarios (y en escasa medida de
los ingresos financieros): ejercer presión permanentemente sobre la masa
salarial y reducir a esta última en el caso de que se presenten dificultades
es, pues, el mejor medio para reducir el crecimiento económico y para degradar,
a largo plazo, la salud de las empresas y de la economía.
10. La revolución financiera[21].
La cuarta ruptura que permite caracterizar
nuestra época es la revolución financiera de la década de 1980. O sea, la toma de poder de
la Bolsa en la gestión de las
empresas.
Luego
del crac de 1929, el poder de
la
Bolsa había sido ampliamente deslegitimizado. Los accionistas habían abandonado la
dirección de las empresas en manos de managers; delegación de autoridad como
única solución posible frente a la contradicción entre el tamaño creciente de
las empresas y los recursos limitados del capitalismo familiar. Salvo
excepciones, un único accionista ya no puede poseer una firma de significativa
envergadura. Por lo tanto, es preciso que los accionistas se pongan de acuerdo
para delegar su autoridad en un manager, que no es accionista sino un
asalariado de la empresa mejor remunerado que los otros, pero sometido a un
contrato de trabajo que estipula un salario fijo y ventajas en especies
mientras dure la relación contractual. La regla que Rockefeller había enunciado
en materia de remuneración es que un dirigente de empresa no debe ganar 40
veces más que el salario de sus obreros. En la actualidad, la cifra
norteamericana es de más de 400 veces.
Junto
con las mutaciones tecnológicas, las finanzas constituyen otra gran fuerza que
se encuentra en el origen de las recientes transformaciones de la economía
mundial y origen de la ruptura con el mundo fordista. La globalización
financiera se define como un proceso de interconexión de los mercados de
capitales en los ámbitos nacional e internacional, conducentes al surgimiento
de un mercado unificado del dinero en escala planetaria. Esa evolución resulta
principalmente de dos colisiones, una de las cuales es política e ideológica,
en tanto que la otra es demográfica[22].
La globalización es una elección
política. A lo largo de los años setenta, las principales economías
capitalistas se encuentran en crisis: experimentan el estancamiento del
crecimiento económico y la aceleración de la inflación, esta última amplificada
por las colisiones petroleras de 1973 y 1979. La economía mundial se hunde en
la inestabilidad con el derrumbe del sistema monetario internacional instaurado
en Bretton Woods (1944) al finalizar la guerra, y con la generalización de la
flotación de las divisas a partir de 1973. Por último, las empresas
experimentaron una espectacular baja en sus tasas de ganancia a partir de
mediados de los años sesenta. Los acreedores y los dueños del capital
financiero pudieron ver cómo su riqueza menguaba debido a la baja de los
beneficios y a la inflación. Entonces los medios industriales y financieros
presionaron a los gobiernos para que éstos cambiaran de política económica y
suprimieran los obstáculos que se oponían a la reestructuración salvadora del
capitalismo. De esta manera, desde el inicio de los años ochenta se llevó a la
práctica la llamada “revolución
conservadora”, impulsada por el presidente estadounidense Ronald Reagan
y por la primera ministra británica Margaret Thatcher. Ese nuevo dogma
ideológico se apoya en la idea de que los estados han dejado de estar en
condiciones de administrar la economía, y de que es necesario, a fin de
dinamizar dicha economía, otorgarle la más amplia libertad a la iniciativa
individual y al espíritu de empresa. De acuerdo con esa concepción, se juzga
que las reglamentaciones son indeseables o inaplicables: sólo un mercado
financiero liberado y desarrollado puede permitir la recuperación de la
inversión y del crecimiento. Al darles a los accionistas la supremacía por
encima de los administradores en las empresas, el desarrollo de los mercados de
capitales debe incrementar la eficacia del aparato productivo. Esas
transformaciones en su conjunto habían de conducir al mejoramiento del
bienestar general en la economía mundial. Esas ideas constituyen la base de la doctrina neoliberal. La doctrina neoliberal debe su
atractivo y su fuerza al hecho de que se coloca bajo la bandera de la libertad,
aun cuando ella misma se encuentra amenazada por el monstruo del Estado
proveedor. De hecho, el éxito del
neoliberalismo es ante todo la consecuencia de un doble derrumbe. Por una
parte, de la crisis del capitalismo de la posguerra, que puso en entredicho el
papel del Estado y de la política pública; por la otra, el desplome de la
oposición organizada, trátese del sindicalismo (la tasa de sindicalización
descendió en los países occidentales), o del marxismo, desacreditado a partir
de la destrucción del muro de Berlín en 1989. Una característica esencial de la
visión del mundo de la que es portador el neoliberalismo es su pretensión de
universalidad, “No existe otra economía friera de la economía de mercado. En la
historia de la humanidad, desde que ésta es humanidad, el mercado es un estado
natural de la sociedad.” De manera que el neoliberalismo describe un orden
natural, y en consecuencia, no puede haber una concepción del mundo
alternativa.
La doctrina neoliberal será la que sirva como fundamento del Çonsenso de Washington, especie de
decálogo formulado por el G-7, que ha sido hasta hoy el directorio de la
economía mundial. La idea principal de ese Consenso de Washington, definida en
los primeros años de la década de los ochenta, es que el incremento en el
bienestar de los pueblos requiere la apertura de las fronteras, la
liberalización del comercio y de las finanzas, la desregulación y la
privatización, la retracción del gasto público y de los impuestos en beneficio
de las actividades privadas, la primacía de las inversiones internacionales y
de los mercados financieros; en resumen: la declinación de la política y del
Estado en provecho de los intereses privados; el mercado sobre la política.
Desde fines de los años setenta los países industrializados, llevaron a
la práctica políticas cuyo objetivo era
organizar la retracción de la intervención pública, y que se articulaban en
torno a cinco grandes principios: a) Disminuir la carga fiscal de los dueños
del capital y de las empresas. b) Eliminar los obstáculos a la movilidad de los
capitales y a la rentabilidad de las empresas por medio de la desregulación. c)
Abrir nuevos campos de valorización de los capitales mediante la privatización.
d) Reducir los programas sociales y el gasto público: esto pone en entredicho
al Estado de bienestar. e) Otorgarle prioridad a la estabilidad de los precios
a fin de proteger a los acreedores.
Esas reformas políticas se aplican
en particular a dos esferas clave: el mercado de trabajo y el sistema
financiero. El mercado laboral se desregula y las alzas salariales se
limitan. Resulta claro que se ha establecido una nueva relación de fuerzas
entre el trabajo y el capital que sólo favorece a este último.
Presenciamos, ante todo, un brutal cambio de rumbo en la política
monetaria a partir de 1979, primero en Estados Unidos y después en los demás
grandes países industrializados. La lucha contra la inflación se convierte en
el objetivo prioritario, lo que obliga a
la Reserva Federal a
endurecer su política. De lo anterior resultó un incremento espectacular de las
tasas de interés, cuyo nivel se duplica, primero en Estados Unidos y más tarde
en la economía mundial. Ese golpe de 1979, organizado por las autoridades
estadunidenses, consistió en la
inversión total de la relación de fuerzas existente entre acreedores y deudores
a favor de los primeros, quienes en lo sucesivo se beneficiaron de elevadas
tasas de interés reales, fue la primera victoria de los dueños del capital
financiero.
A lo largo de los años ochenta se instauró un nuevo sistema financiero
con un nuevo sistema de control público en la regulación del sistema
financiero. A ese nuevo régimen se lo conoce con el nombre de economía
liberalizada de los mercados financieros el cual sustituye al régimen de
endeudamiento administrado que había predominado durante los gloriosos treinta
(1944-1974). Esa transformación se llevó a cabo en virtud de dos series de
reformas: una liberalización financiera radical y la creación de un vasto
mercado de capitales que iban del corto al largo plazo, en particular
la Bolsa, incluyendo las
operaciones a plazo fijo destinadas a garantizar la cobertura contra los
riesgos vinculados a las fluctuaciones de las tasas de interés y de cambio. El
proceso anterior se extendió a los países de
la UE
por medio de la creación, en 1990, de un mercado único de capitales basado en
la institución de reglas en común y en la creación de una moneda única.
Todo ello supuso un crecimiento
vertiginoso de las finanzas internacionales hasta llegar a convertirse en un
mega mercado unificado del dinero, que se caracteriza por una doble unidad:
unidad de lugar: las plazas financieras nacionales están conectadas entre sí
por las modernas redes de comunicación; unidad de tiempo: el sistema funciona
continuamente, las 24 horas del día, sucesivamente en las plazas del lejano
Oriente, de Europa y de América del Norte.
La globalización ha llegado a traducirse en un desmantelamiento de los
mercados con la apertura de las fronteras: en primer lugar, apertura al
extranjero de los mercados nacionales, y, en el interior de éstos, el estallido
de los compartimentos existentes: mercado monetario (dinero a corto plazo),
mercado financiero (capitales a plazo más largo), mercado de cambios
(intercambio de divisas), mercados a plazo fijo, etc. En lo sucesivo, quien
invierta (o preste) busca el mejor rendimiento pasando de uno a otro título, de
una a otra divisa: de la obligación en euros a las acciones en dólares, de la
obligación privada (corporate) a los bonos del Tesoro. En su totalidad, esos
mercados particulares (financieros, de cambio, a plazo fijo, etc.) se han
transformado en los subconjuntos de un mercado financiero global, que ha
llegado a ser mundial.
El lugar de las finanzas en la economía mundial ha cambiado de igual
manera. En el pasado, la función del sistema financiero internacional consistía
en garantizar la financiación del comercio mundial y de las balanzas de pagos.
Ahora bien, los flujos financieros internacionales han experimentado
recientemente una progresión explosiva y sin parangón con las necesidades de la
economía mundial, desvinculándose de modo radical de la economía real. En lo
sucesivo, las finanzas internacionales siguen su propia lógica, la cual sólo
tiene una relación indirecta con el financiamiento de los canjes y de las
inversiones en la economía mundial. Lo esencial de las operaciones financieras
consiste en vaivenes incesantes, de naturaleza especulativa, entre las divisas
y los diversos instrumentos financieros. El aserto anterior nada tiene de
sorprendente: sabemos a partir de Keynes, que sin duda es el más grande
economista del siglo XX, que el desarrollo rápido e incontrolado de los
mercados financieros implica fatalmente su derivación especulativa.
El espectacular auge de los mercados financieros se ha visto facilitado
por la utilización de las NTIC y de nuevas herramientas, como son las
computadoras, las redes y el software. .es una revolución numérica. Al igual
que en la época industrial la revolución mecánica absorbió las tareas músculo
esqueléticas repetitivas, ahora son las funciones superiores del cerebro las
que son absorbidas en el proceso de tratamiento de la información numérica,
pues mucha de la información es estandarizada y tratada de manera automática
por máquinas capaces de guardar ingentes cantidades de información. Esos
poderosos instrumentos de cálculo y de transmisión de la información se encuentran
en condiciones de procesar en tiempo real millones de operaciones, de evaluar a
cada instante los precios y de transmitir de inmediato esa información a todo
el planeta. De manera recíproca, las NTIC no hubieran podido desarrollarse tan
rápidamente de no ser por las excepcionales facilidades aportadas por las
finanzas de mercado. De alguna manera, las innovaciones financieras y las
innovaciones tecnológicas se retroalimentan.
En efecto, las finanzas son una industria que se funda en el procesamiento
de la información. Esta última representa a la vez la materia prima y el output
final de los mercados financieros, los cuales son tanto más eficaces en la
medida en que sus precios, las cotizaciones de los títulos o de las divisas,
transmiten rápidamente información confiable.
Al abolir las fronteras nacionales, la liberalización financiera ha
creado las condiciones de la circulación sin traba de los capitales en escala
internacional. Las NTIC han amplificado esa evolución al permitir que los
capitales se desplacen a la velocidad de la luz por todo el planeta. La
liberalización financiera y las NTIC han abolido las dimensiones
espaciotemporales: los capitales circulan instantáneamente y en todo lugar. Se
trata del triunfo de la economía virtual a gran velocidad.
Por lo que se refiere a las finanzas de mercado, éstas han sido un apoyo
decisivo para el desarrollo de las NTIC. Se han creado nuevos instrumentos
financieros para incitar a la toma de riesgos en los sectores innovadores. Tal
es el caso de las famosas stock-option, que son una forma de remuneración cuyo
índice se establece con base en las ganancias y en el valor futuros de la
empresa: la florescencia de los jóvenes retoños o start up, que se encuentra en
el origen de numerosas innovaciones tecnológicas, se nutre con la esperanza de
plusvalías financieras (vía las opciones-stock). Una vez que los start up han
sido lanzados, es esencial que los inversores especulativos puedan recobrar sus
fondos: la colocación en
la
Bolsa y la fusión-adquisición constituyen las dos soluciones
posibles. Así pues, existe un estrecho vínculo entre las finanzas de mercado y
el desarrollo de sitios como el del Silicon Valley en Estados Unidos.
Así lo
que está en juego aquí no es tanto la ruptura cuantitativa de la globalización
financiera como la cualitativa. Con la revolución financiera de la década de
1980, los managers son arrancados al salariado. En vez de tener accionistas
que sean managers, simplemente se recurrió a managers que también sean
accionistas. Gracias a las stock-options, se alinearon los estímulos de los
jefes de empresa sobre la remuneración de los accionistas, lo que llevó a
aquéllos a conducirse como accionistas. Las fusiones de empresas deben
interpretarse como una ruptura de confianza que ilustra la naturaleza de ese
divorcio entre los jefes de empresa y los asalariados. El punto de partida de
su reflexión es una cuestión en apariencia teórica: cuando un raider boursier
compra una empresa y la revende por departamentos genera una plusvalía
bursátil. ¿Cómo interpretarla? Cada vez que un raider ataca una empresa para
crear valor no hace otra cosa que expropiar a los socios de la empresa en
provecho de los accionistas. Tomemos un ejemplo. Es habitual que una empresa
ofrezca a sus asalariados una perspectiva de carrera interna. La promesa de
poder progresar en la jerarquía, al menos de ganar más dinero al envejecer,
incita al trabajador a permanecer fiel a la empresa. Se trata de una de las
maneras, de conformidad con la teoría del salario de eficiencia, de obtener el
asentimiento de los asalariados. No obstante, para la empresa los salarios más
elevados del personal de mayor edad representan un “sobrecosto” que sólo se
justifica por el efecto de entrenamiento sobre el personal más joven.
Estos “contratos implícitos” tienen una
función crucial: crear una economía de asociación. Son útiles para el buen
funcionamiento de una empresa, pero también se percibe por qué pueden volverse
molestos. Hagamos aquí una analogía con una compañía de seguros que concede
bonus a los buenos conductores y factura malus a los malos. Si los bonus son
demasiado generosos, si la población que se beneficia con ellos se incrementa
en exceso, puede resultar ventajoso liquidar lisa y llanamente las primas. Una
operación semejante puede crear “valor” en el sentido financiero. Pero ¿crea
“valor” en el sentido económico del término? Eso es dificil. Privada de un
sistema creíble de bonus/malus, la nueva compañía será menos eficiente que la
anterior, aunque tal vez sea más rentable financieramente, tras haber
repudiado su deuda respecto de los buenos conductores.
En
esencia: la revolución financiera de la
década de 1980 creó valor anulando una cantidad de compromisos implícitos.
Al despedir a los viejos asalariados, al no renovar los contratos con los
subcontratistas; en suma, al exigir de los managers que traicionen sus
compromisos concertados con los otros colaboradores de la empresa. Esta
ruptura de contrato señala el punto de partida del nuevo capitalismo. Durante
la década de 1980 la moda fue la reducción del tamaño de las empresas, el
downsizing. Al recentrar sus actividades y externalizar las tareas
consideradas no esenciales, los raiders rompen los grandes conglomerados y
venden por departamentos sus diferentes filiales. Los fabricantes de paraguas
dejan de fabricar trajes de baño. Las firmas que cotizan en Bolsa se tornan más
volátiles. A partir de la década de 1990, una vez hecho ese trabajo, pueden
volver a crecer tan sólo en el eje de su corazón de oficio. La ola de las fusiones-adquisiciones,
siempre vigente, da testimonio de ello. También demuestran que el tamaño, el
downsizing, no era el principal problema que trataba de resolver el desmembramiento
de las firmas en la década de 1980.
De esta manera, las finanzas de mercado, estrechamente vinculadas a las
nuevas tecnologías, han llegado a convertirse en el engranaje central de la
economía contemporánea, con efectos tan negativos como los que hoy vivimos,
dado el predominio de las finanzas sobre la economía mundial que constituye el
núcleo del nuevo capitalismo.
El frenesí financiero que nos sacude no es el primero en su género. Como
lo ha puesto de manifiesto el economista estadunidense Kindleberger[23] (1989), la historia del capitalismo se ha señalado por numerosas olas
especulativas, de las que fue una de las primeras la acometida sobre los
tulipanes (tulip manía), a principios del siglo XVII, en las Provincias Unidas
(Países Bajos). Pero el episodio más significativo de locura bursátil es el que
se vincula a la revolución tecnológica y económica que representó el desarrollo
de las líneas ferroviarias en Europa a mediados del siglo XIX. En
la Bolsa de París cundió la
euforia. Pero fue en Gran Bretaña donde la railway mafia cobró mayor amplitud.
En 1844-1846 nacieron no menos de 1200 líneas ferroviarias. Los inversionistas
afluían y las cotizaciones se incendiaban en
la Bolsa. Pero luego,
repentinamente, la burbuja financiera se desinfló, sumiendo en
1848 a Gran Bretaña en una
severa crisis económica de la que sólo lograron escapar, al cabo de un vasto
movimiento de concentración, una veintena de sociedades ferroviarias. Cuántas
enseñanzas contienen estas páginas, ya antiguas, de la historia. Y es que,
desde hace mucho tiempo, las mutaciones tecnológicas y los movimientos
financieros desempeñan un papel importante en la evolución, a menudo caótica,
del capitalismo. De esta manera, la experiencia histórica muestra cuán
conveniente resulta no subestimar la capacidad de evolución del capitalismo. A
pesar de los golpes que le asestan las crisis económicas y financieras, el
capitalismo no ha dejado de transformarse mediante la integración de las olas
sucesivas de innovaciones tecnológicas. Así, la crisis que Gran Bretaña sufrió
en 1848 no le impidió llevar a término su revolución industrial y conservar el
lugar de la primera potencia económica y financiera de su tiempo. De la misma
manera, la revolución industrial que hoy en día está en curso no se verá puesta
en entredicho por el e-crack ni por la recesión económica que golpearon a los
países industrializados a principios del decenio del 2000 ni por la recesión
mundial que padecemos desde el verano del 2007.
11. Fundamentos ideológicos: el
neoliberalismo[24].
Las transformaciones materiales descritas sientan unos fundamentos
ideológicos de la nueva sociedad que patronales y asociaciones satélites del
capital tratan de imponer como una refundación social, como un auténtico
proyecto revolucionario de sociedad, asentados en los siguientes axiomas:
a) La individualización del contrato de trabajo,
dejando atrás las dimensiones colectiva y categorial: el trabajador negocia
aisladamente su contrato de trabajo con el empleador.
b) El predominio del acuerdo de empresa en
las negociaciones sectoriales y colectivas, lo que permite crear relaciones de
fuerza menos favorables para las organizaciones sindicales.
c) El desarrollo
de una lógica de competencia individual
y de capacidad de empleo en lugar de una lógica de calificación anclada en
los acuerdos-marco colectivos.
d) La gestión individual de la protección social:
el sistema de cobertura de los riesgos sociales (familia, paro forzoso, retiro)
fundado en la solidaridad, y que fue característico del Estado del bienestar
del periodo fordista, es remplazado por un sistema privado asegurador con base
en el ahorro financiero individual.
Las ideas predominantes de esta revolución social se inspiran en la
ideología neoliberal: el individuo tiene primacía sobre lo colectivo, lo
económico tiene primacía sobre lo social, y el contrato tiene primacía sobre la
ley. Los asalariados son responsables individualmente tanto de su carrera
profesional como de su protección social. Semejante concepción tiende a
debilitar el papel de las organizaciones sindicales y a favorecer la movilidad
y la responsabilidad de los trabajadores, lo que permite, en contraparte,
liberar a las empresas del lastre de la cobertura de los riesgos sociales. De
esta manera, las empresas sólo son responsables ante sus accionistas, lo que
constituye un ejemplo suplementario de la transferencia de los riesgos a los
asalariados.
Luc Boltanski y Eva Chiapello[25] han
comprobado que muchos de los responsables de la alta administración y de las
grandes empresas europeas y norteamericanas, quienes se formaron en la escuela
contestataria de los años setenta, han participado activamente en la
legitimación de las mutaciones recientes del capitalismo (flexibilidad del
trabajo, financiarización, creatividad
individual, etc...) pues Mayo del 68 fue el momento en que los estudiantes impugnan
a la sociedad jerárquica legada, padecida por sus padres.
La ecuación “salario igual obediencia” les
pareció inaceptable. Esta protesta es un rasgo común de todos los países
industrializados: Mayo del 68 no es
un acontecimiento francés. Su dimensión, su realidad son internacionales. En
los Estados Unidos, en Europa occidental, en el Japón se trata sin lugar a
dudas de un único y mismo movimiento: mismas fuerzas motrices, mismas
ideologías, mismas consignas, mismas prácticas. El hilo rojo que recorre esta
revuelta es un hecho generacional, que por otra parte explica por qué los países
en los que Mayo del 68 fue más duro son también aquellos donde la disputa con
los padres habrá sido más pesada: Alemania, Italia y Japón.
Los
acontecimientos de Mayo del 68 suelen
interpretarse como un arranque
de individualismo, en el corazón de una sociedad industrial que es
profundamente holista. Ese hito marca una ruptura indiscutible en el
funcionamiento de las instituciones que fueron expuestas a su venganza: la
familia, la fábrica o la escuela. Esta crisis las conduce de una posición donde
su legitimidad es innata a otra donde debe ser adquirida. En el lenguaje de
los economistas, cada una se vio sumergida en un entorno más competitivo, en el
que se perdió el monopolio de su autoridad. Quedarán profundamente afectadas,
padeciendo una mutación casi genética que les permitirá adaptarse a ese nuevo
entorno. Las familias se recomponen, la escuela da paso a la pedagogía, la
fábrica comienza su proceso desmembración externalizando actividades. A
semejanza de Ford cuando hace trabajar a los inmigrantes que no saben ni leer
ni escribir, la sociedad progresivamente va a aprender a hacer trabajar a una
juventud rebelde que, en este caso, está escolarizada.
Las aspiraciones de la juventud también revelan uno de
los hilos importantes que permiten entender la revolución tecnológica producida
en el mismo período. No se puede comprender claramente la evolución
tecnológica que conoció el mundo industrial desde el comienzo de la década de
1970 si no se advierte que sus pioneros son los mismos baby-boomers que
hicieron Mayo del 68. Los estudiantes educados en la cultura contestataria de
los campus norteamericanos de la década de 1960 van a encontrar el medio de
quebrar la estandarización del mundo creado por sus padres precisamente a
través de la informática.
Se podrá medir la “sociología” de esos descubrimientos
si seguimos los episodios que darán nacimiento a Internet. Como describimos
antes, en el origen
la Agencia
para los proyectos de investigación avanzada (APRA) del Departamento de Defensa
norteamericano instala, en 1969, una red de comunicaciones revolucionaria cuyo
objeto es proteger las transmisiones militares de los riesgos de un ataque
atómico. Este sistema, progresivamente utilizado por los universitarios que se
hallan bajo contrato con el Pentágono, se inclina hacia el dominio público
gracias a la invención del Modem, en 1978, ideado por dos estudiantes de
la Universidad de Chicago
que quisieron comunicarse gratuitamente, fuera del servidor del departamento de
Defensa. Un año más tarde son tres estudiantes de las universidades Duke y de
Carolina del Norte quienes ponen a punto una versión modificada de Unix que
permite relacionar las computadoras mediante una simple línea telefónica.
Gracias a los progresos concomitantes de la electrónica óptica, la tecnología
de transmisión en paquetes digitales toma vuelo. Internet nace de esas evoluciones,
al relacionar todas las computadoras del planeta mediante una línea telefónica.
Así pues, existe una convergencia de la ideología liberal, resultante de
la revolución conservadora de los años ochenta, y del espíritu de mayo de 68.
De modo que el éxito del nuevo capitalismo se debería a su capacidad de
congregar las aspiraciones libertarias de las élites. La transformación de la
empresa tayloriana en empresas-red se explica a partir del ascenso del
individualismo y de la recuperación de las demandas de autonomía que se
expresaban en el espíritu de mayo de 68. De acuerdo con Luc Boltanski y Eva
Chiapello, esta interpretación permite explicar la debilidad de la crítica de
una parte de la izquierda política y sindical.
¿Cabe concluir de lo anterior la victoria de las ideas neo-liberales? ¿Es
seguro que nuestras economías, gobernadas por esa ideología, le brindarán al
conjunto de los ciudadanos del mundo el bienestar al que ellos aspiran? Se ha cerrado el círculo. Por todos
sus bordes, el capitalismo contemporáneo emprende un gran desmembramiento de
la firma industrial. La imagen de la gran empresa, que íntegra en su propio
seno a todas las capas de la sociedad, desaparece. La pirámide fordista es
despachada en tajadas cada vez más finas. Las jerarquías se vuelven más chatas;
las firmas se repliegan sobre sus ventajas comparativas y las oficinas de
ingenieros se autonomizan; la fabricación es externalizada, incluso
deslocalizada.
Esta
ruptura no responde a una causa única. En primer lugar, puede leérsela como un momento de la lucha de clases,
por algo el capitalismo es un sistema
estratégico y no filantrópico. Las primeras firmas que fueron reestructuradas
en los Estados Unidos son las más sindicalizadas. El nuevo capitalismo rompe los colectivos obreros que se construyeron
durante el siglo y lo hace, en gran medida, por esa misma razón, así como un
siglo antes
la
Organización Científica del Trabajo había enfrentado a la
aristocracia obrera. Pero las causas externas también tienen una incidencia
importante. La impugnación del trabajo en cadena en Mayo del 68, la emergencia
de nuevas tecnologías precipitaron el advenimiento de un nuevo espíritu del capitalismo. Puede hablarse aquí de ruptura
paradigmática. El capitalismo se puso a pensar de otro modo la organización del
trabajo. Su inteligencia social fue movilizada en una dirección inversa a la
del fordismo: no ya volver productivos a los obreros no cualificados, sino hacer posible lo impensable, el advenimiento de fábricas sin trabajadores.
12. La nueva
economía-mundo.
La última de las rupturas
es la
nueva economía-mundo. La crisis de la sociedad
industrial en los países ricos encuentra un paralelismo sorprendente con la
ruptura, igualmente revolucionaria, que se observa a nivel planetario. El
enfrentamiento Este/Oeste, que encarnaba dos vertientes posibles de la sociedad
industrial, dio paso brutalmente, a la oposición Norte-Sur. Esta está señalada
por la llegada a la mesa del capitalismo mundial de los grandes bloques de
poblaciones: China, India y el ex bloque soviético. ¿Cómo pensar esa formidable
concomitancia con la transformación interna del capitalismo? ¿Es fortuita,
obedece a una lógica?
El paralelismo entre la globalización del siglo XIX y la
nuestra es ejemplar. Primera analogía: la semejanza de las grandes
potencias. Ayer Gran Bretaña dominaba el mundo de una forma que anticipaba
perfectamente el modelo norteamericano de nuestros días. Potencias mercantiles
ambas, tratan ante todo de promover el libre cambio comercial en los lugares
donde se imponen. Gran Bretaña no es una potencia colonial únicamente interesada
en exportar su potencia política hacia el extranjero. Piensa en su poder
precisamente como potencia que ante todo intenta extraer beneficios de sus
intereses económicos. Por supuesto, ello no le impide tratar de controlar el
equilibrio de las potencias, pero en China o en
la India, su primer gesto es
favorecer a los industriales ingleses, abrirles mercados.
Una segunda analogía, aunque más
profunda, entre la globalización de ayer y la de hoy es que ambas son
sustentadas por una revolución de las técnicas de transporte y de comunicación.
En ocasiones se tiende a pensar que la revolución de Internet, que en un clic
permite relacionar si no a los hombres, por lo menos sus computadoras, es la
marca distintiva del mundo contemporáneo. La verdadera ruptura en este ámbito,
sin embargo, debe buscarse mucho más en el siglo XIX.
A
fines del siglo XVIII a menudo se camina todavía a pie para ir de un burgo a
otro. Se necesitan varios días para que una carta llegue a un destinatario que
vive a
100 km
de la capital. Con la invención del telégrafo, y a partir de los cables
terrestres y submarinos, una información tardará menos de 24 horas en unir
Londres y Bombay.
A
esta capacidad revolucionaria de intercambiar informaciones se añade el
desarrollo de los medios de transporte terrestre o marítimo que son el ferrocarril
y luego el barco de vapor, que permiten que las mercancías y las personas
acompañen esos flujos de información. En el último cuarto del siglo XIX el
barco frigorífico brinda la posibilidad de importar a Europa carne de vaca
argentina congelada o manteca neocelandesa.
La
señal de esta facilidad inédita de hacer circular mercancías e informaciones
se encuentra en las diferencias de cotización de las materias primas en
distintas plazas. A mediados del siglo XIX, las disparidades entre los precios
del trigo anunciados en Chicago, Londres o Bombay, aún considerables, pueden
alcanzar diferencias del 50%. En 1913, en vísperas de
la Primera Guerra
Mundial, que viene a clausurar esta primera globalización, las diferencias de
cotización no exceden más del 10% o del 15%, lo que significa que se conoce en
tiempo real sus precios cotizados en otras partes, y a la vez es posible enviar
las mercancías desde los sitios donde resultan baratas hacia donde son caras.
Existe
otra dimensión que testimonia el avance de la globalización pasada sobre la de
hoy: las migraciones internacionales. En la actualidad se vive en un
mundo donde la movilidad de las personas parece excepcional. Sin embargo, en
1913, el 10% de la población mundial está constituido por inmigrantes, en el
sentido estadístico simple de personas que residen en un país que no es aquel
donde nacieron. La cifra correspondiente a aquélla no es en nuestros días más
que del 3% de la población mundial. Es evidente que esta cifra resulta
imponente en números absolutos, pero en relación con la población terrestre es
tres veces inferior a la del siglo pasado.
El respeto por los contratos o por la
propiedad privada es otro de los parámetros que ilustran la distancia
subsistente entre ambas globalizaciones. Si nos atenemos al Commonwealth, es
posible afirmar que también ayer la
integración jurídica estaba adelantada sobre la situación actual. Un
contrato firmado en Bombay tenía el mismo valor jurídico que uno firmado en
Londres. En la medida en que numerosos economistas sostienen en nuestros días
que las fallas de la globalización se deben en parte a los riesgos jurídicos
padecidos por las firmas multinacionales en el extranjero, una vez más se
observa una integración más avanzada en el siglo XIX.
Desde
esos puntos de vista, ya se trate de la globalización financiera, del respeto
por los contratos, de los movimientos de población o de las rupturas
introducidas por los medios de comunicación, todo muestra que la globalización del siglo XIX nada tiene que
envidiar a la de nuestros días. Proporciona el laboratorio de una
globalización casi en estado puro, que ofrece al historiador, pero sobre todo a
los políticos, el medio de juzgar acerca de sus efectos espontáneos. Pero el
resultado carece de toda ambigüedad. De manera muy sencilla, resultó incapaz de
derramar la prosperidad de los más ricos hacia los más pobres. En efecto, en el
curso del siglo XIX se asiste a un formidable incremento de las desigualdades
mundiales.
La nueva economía-mundo impone una
nueva división internacional del trabajo que implica tanto una especialización
sectorial (textil para unos, automóvil para los otros) como a una nueva
estructura de costos. La especialización remite a la tarea efectuada por cada
uno para fabricar un producto determinado. Esta desintegración vertical de la
producción no es otra cosa que el espejo mundial del desmembramiento de la
producción fordista analizada en el capítulo precedente.
Las
nuevas estructuras de costos hacen emerger un esquema que dibuja perfectamente los contornos de la sociedad
postindustrial. El diseño hacia atrás y
la prescripción hacia adelante se convierten en el corazón de la actividad de
los paises ricos. La etapa intermedia la de la fabricación ya no es esencial y
puede ser terciarizada. En la nueva división internacional del trabajo,
los ricos tienden a vender bienes inmateriales y a comprar bienes materiales.
La prescripción de los bienes, la creación de necesidades, el F2F, por
hipótesis está sustraída a los intercambios mundiales.
En
el lenguaje de las nuevas teorías del comercio mundial, los países ricos
acaparan el segmento de la producción donde los rendimientos de escala son los
más fuertes.
La globalización es la quinta ruptura que
permite comprender la emergencia de la sociedad postindustrial, y más
que reflexionar sobre la cuestión un tanto vana de saber si es causa o
consecuencia de las otras rupturas, es más útil considerarla como una
dimensión de la sociedad postindustrial, cuyas principales tendencias ilumina
a la perfección.
La “desintegración vertical” de la
cadena de producción en el nivel internacional es, ante todo, el reflejo del
proceso de terciarización del trabajo emprendido en el mismo seno de los países
industriales. A imagen de Internet, la producción sigue los caminos más diversos
para lograr sus fines. Las grandes firmas industriales se convierten cada vez
más en estrategas que en operadores de una producción distribuida por todos
los confines del mundo.
La
división internacional del trabajo también esclarece las razones por las que a
la solidaridad orgánica en la que confiaba Durkheim le cuesta trabajo manifestarse.
El mercado no crea entre sus participantes una comunidad bien comprendida de
destinos e intereses. Las nuevas teorías del comercio internacional, basadas
en la búsqueda de rendimientos de escala, muestran el porqué: el mercado
agudiza una carrera por la acumulación de factores estratégicos, que hace que
los participantes en el intercambio sean mucho más rivales que solidarios. Por
otra parte, el comercio en general no es un factor de pacificación de las
relaciones internacionales.
Por
último, la globalización ilumina uno de los aspectos más importantes de la
sociedad postindustrial: el desfase creciente entre la constitución de un
imaginario colectivo por la sociedad de la información, y la realidad
territorial de la división entre riqueza y pobreza. La demografía, de la que ya
damos cuenta en las notas finales, da un ejemplo positivo de ese desfase. Los
acontecimientos del 11 de Septiembre, verdadera puesta en escena televisiva,
ofrecen una ilustración macabra de ello. Ese divorcio no se instala sólo entre
países ricos y pobres. Es de importancia capital en el seno de los mismos
países ricos, donde también tiene lugar una oposición centro-periferia, que
reemplaza el antiguo esquema de la lucha de clases en el seno de la firma
industrial.
13. El Derecho del Trabajo bajo la
tormenta.
La
evolución de las relaciones entre lo político, lo económico y lo social que se
sitúa en el inicio del milenio precedente, alrededor de los siglos XI-XIII de
nuestra era, aclara el lugar que ocupa esta nueva edad de la segregación social
en la larga historia de las naciones europeas. Es el momento en que
el poder político se libera progresivamente del poder religioso. Es la época en
que el rey se rodea de juristas que lo ayudan a fijar el territorio propio de
su soberanía lejos del poder de
la
Iglesia.
Una
vez liberado de la tutela religiosa, el
poder político establece una alianza con el económico: es el momento
mercantilista[26]. Como respuesta a
Maquiavelo, que pensaba que el Príncipe debía ser rico y pobres sus súbditos,
los mercantilistas quieren probar que ambos van a la par. Príncipes y
comerciantes, a su manera de ver, tienen intereses convergentes, ya que la
riqueza de los segundos alimenta la caja de los primeros.
Más
tarde, lo económico se libera a su vez de lo político: nos encontramos frente
al liberalismo del siglo XIX.
El
Estado, que quería utilizar la economía para sus fines de poder, ve que ésta se
libera de su tutela, y reivindica su autonomía. Se trata de la gran transformación
del siglo XIX, donde las viejas naciones europeas se tornan economías de
mercado.
Esta
primera secuencia en tres tiempos marca la
laicización, y luego la privatización de los destinos en el seno de las
sociedades europeas. La sociedad industrial de fines del siglo XIX y del
XX introduce una nueva etapa: la alianza de lo económico y lo social.
El liberalismo económico produce desastres humanos considerables en la
primera mitad del siglo XIX. La gran miseria obrera socava los fundamentos de
la economía de mercado, incapaz de garantizar la autorreproducción del trabajo.
De esta verificación, de este temor, emergen las diversas figuras de la
solidaridad social. No obstante, es con el fordismo y a partir de la resolución
en el corazón del proceso productivo de la cuestión social como se desarrolla
la sociedad industrial.
El
encadenamiento que hace pasar de la sociedad industrial a la sociedad
postindustrial prolonga las secuencias precedentes. Hemos entrado en una nueva
época, donde lo social y lo económico a su vez se divorcian.
La fábrica deja de ser un lugar de
heterogeneidad social. En el pasado, reunía obreros y capataces,
ingenieros, ejecutivos y patrones. Por cierto, sus relaciones eran
conflictivas, pero cada uno media directamente su dependencia respecto de los
otros. En la actualidad, los ingenieros están en oficinas de estudios. Los
empleos de mantenimiento en empresas de servicios, y los empleos industriales
son subcontratados, robotizados o deslocalizados. Las fábricas se convierten en
lugares vacíos: los empleos están en otra parte, ya no son un lugar de
encuentro para la gente.
Es
posible interpretar la sociedad industrial como un matrimonio asimétrico entre
gente bien dotada, los ingenieros, y gente poco dotada, los obreros. Aquí los
ingenieros ganan si los obreros son amables. Cuando los obreros se vuelven
demasiado exigentes, el apareamiento asimétrico se quiebra. El recodo de la
década de 1960 es el momento de ese divorcio, cuando las aspiraciones obreras
y de la juventud exacerban las contradicciones del fordismo. La unidad de los
contrarios que se constituyó en la fábrica fordista deja de ser socialmente
pertinente. Entonces se ingresa en la otra lógica, la de los apareamientos
selectivos, que pone fin a la exogamia anterior. Los mejor dotados deciden
permanecer entre sí en matrimonio endogámico. Quienes están justo por debajo,
frustrados, cierran a su vez el acceso al nivel inferior. La secesión de los
más ricos repercute en el conjunto de la sociedad. La endogamia se convierte en
la regla. La teoría de los apareamientos selectivos ilustra un punto
importante: la gente se encuentra entre sí, entre clases sociales homogéneas,
no tanto por amor a sí mismos como por rechazo al otro, al más pobre.
Aun
así pienso que lo social sigue viviendo, más que nunca, pero en adelante movido
por sus propias fuerzas, sin relación con las de la economía. Pero y aquí está
la cuestión del más eurocéntrico de los Derechos: abandonado a sí mismo lo
social se sofoca. Debe ser alimentado en identidades colectivas.
En cierto modo, es posible que el
circuito se haya cerrado: lo “religioso” está forjando una nueva alianza con lo
social. En los suburbios abandonados, la religión se convierte en una solución
a la soledad social. En los barrios elegantes, en ocasiones el culto al lujo
desempeña ese papel.
El desafío, como al comienzo del milenio
precedente, una vez más es fabricar, reinventar instituciones laicas, es
decir, instituciones que no sean presa de los movimientos sociales y
culturales. Replantearse el Derecho del Trabajo, el sindicalismo, pensar la gobernabilidad
mundial, por un lado, y la de las ciudades y las de las colectividades locales,
por el otro, se vuelve tan importante como eternizar las funciones clásicas del
Estado (policía, justicia, ejército).
El éxito
que ha premiado al Dº del Trabajo, y que le ha hecho llegar a la cima desde la periferia del imperio del derecho
privado de la época preindustrial, para instalarse en el centro de los ordenamientos constitucionales contemporáneos,
representa el bagaje más alentador para el siglo al que le corresponde reorientar los procesos económicos y políticos actuales
hacia una globalización de rostro humano y base un nuevo New Deal social.
Su núcleo esencial, los principios de protección social deducibles
de las normativas que civilizaban el uso de la fuerza de trabajo, debe disputarle a la propia lex mercatoria
la capacidad regulativa del mercado mundial. Sin embargo el estado de
desorganización y de balbuceo de la situación actual hace que los conflictos
que surgen sean débiles y sin capacidad de imponer una nueva constitución del
trabajo. Es tan débil la representación de las transformaciones de la
producción que no facilitan los términos de los compromisos a inventar, a
imponer contra los sectores mas conservadores de la sociedad. Es difícil
reconocer derechos nuevos para unas actividades que en muchos casos aun no son
reconocidas como laborales, por ser habitualmente gratuitas, y menos en
transformarlas en empleos decentes. Hay una convergencia de intereses entre las
empresas y el movimiento obrero ocupado en no reconocerles un estatuto
salarial.
En
cualquier caso, el más nacional de los derechos advierte un extraño malestar
tanto ante su encuentro con el espacio jurídico global, surcado y fertilizado
por un incesante flujo normativo originado en fuentes que, obedeciendo a
secretos criterios ordenadores, no se ordenan según las tranquilizadoras
jerarquías del sistema estatal de fuentes, como ante estas nuevas actividades.
Se enfrenta, en el ámbito territorial[27] de la norma estatal, al desafío de una economía mundializada, a la
toma de conciencia de una economía de servicios con empresas que valoran la
iniciativa y la responsabilidad individual, en último extremo a repensar la
nueva distribución de papeles entre el capital y el trabajo: repensar el
compromiso fordiano.
El crak del 18 septembre 2008[28] que no es mas que el seísmo provocado por la desconexión, manifestada desde
hace bastante años, entre la economía financiera y la economía real, plantea la
pregunta que debemos contestar es ¿Qué
quedará del Dº del Trabajo después de todo esto?
En plena recomposición, busca una
nueva fisonomía, aún indecisa, en un juego de tensiones exacerbadas, entre
un individualismo en auge y lo colectivo de capa caída, entre lo económico
minado y convulso y lo social en regresión; entre un Estado anoréxico y unos
actores sociales sin estrategia común.
Hay varios nudos problemáticos a
los que con urgencia el Dº del Trabajo debe contestar : el empleo y el
mercado de trabajo, la evolución del estatuto salarial, las derivas de la
negociación colectiva, y el crecimiento o el sometimiento de la norma laboral a
las leyes del mercado.
Al mercado de trabajo le quieren
hacer saltar “los cerrojos”, en un contexto, en el que el debate de las 35
horas y el reparto del empleo pasó sin gloria ni pena, cuando las horas
extraordinarias y las jornadas laborales no dejan de crecer, tanto como las
tasas de desempleados. ¿No va siendo el
tiempo de plantearse el futuro de una sociedad solo definida, por el
crecimiento del PIB, por su capacidad productiva? ¿No es el momento de
cuestionárselo[29]?
La obstinación de alargar la edad de jubilación, la falta de
transparencia del mercado de trabajo con miras a una eficiente intervención de
los servicios de empleo, una formación profesional inexistente y atomizada, un
inexistente servicio integral de atención a las personas dependientes (la
cuarta pata de un verdadero Estado del bienestar), la existencia de sectores de
trabajadores estigmatizados sino clandestinos, nos marcan la importancia de desarrollar un pensamiento renovado sobre
las garantías del empleo que vaya mas allá del concepto de flexiseguridad,
panacea propuesta por
la
Comisión Europea. La flexiseguridad no puede ocupar el centro
del debate social. El compromiso entre las exigencias de flexibilidad, en un
contexto de debilidad del empleo, y el imperativo de protección estatutaria, no
se puede resolver por una destrucción de
la Constitución del
trabajo.
La experiencia de los largos años
de flexibilidad marcada por las modificaciones estatutarias de 1994 y 1997,
seguidas por estrategias altamente desestabilizadoras a las que sucumbieron los
empleadores consistentes en no asegurar a los trabajadores una relación estable
privándoles de todas las garantías vinculadas a esa estabilidad, son ejemplares
de hacia donde llegamos: tasas de desempleo que tienden hacia el 20 %. Así
proliferaron los falsos autónomos, las contratas de un solo cliente, las
empresas multiservicios, pero lo que fue peor, el retorno de la lógica
contractual, largo tiempo retenida por la lógica estatutaria sustentada en la
inteligencia del Dº del Trabajo: se ha entablado un extraño coloquio entre el
asalariado y el patrón bajo el sesgo de cláusulas específicas (de resultados,
objetivos, movilidad etc.) que corre el riesgo de invalidar el encuadramiento
estatutario. Corre la ilusión del nacimiento de un contrato de arrendamiento
anterior al contrato de trabajo. No hace falta recordar la mutación del
contrato de trabajo en contrato comercial, en la línea defendida en USA por W. Bridges.
Y
la Europa social ¿se aleja ? Mientras
el mundo estuvo dividido en dos bloques, la referencia al mercado pudo funcionar
como un marcador positivo de la construcción europea. Con la caída del Muro de
Berlín se produjo un doble fenómeno. En primer término, el derrumbe de
la URSS hace desaparecer la
amenaza comunista del horizonte de los temores. Luego, en un segundo tiempo,
prepara la expansión a los países de la ex Europa del Este. Se instala una
nueva imagen de Europa: la idea de una Europa-protección (la “fortaleza-Europa”)
es reemplazada por la de una Europa-mundo, que no estaba prevista.
La
caída del Muro despertó interrogantes que se creían extinguidos sobre el
modelo europeo. Mientras que el desmembramiento de la sociedad industrial torna
indispensable definir una nueva seguridad social que sea capaz de fabricar una
solidaridad orgánica, a Europa, que inventó la seguridad social (en sus dos
variantes: beveridgiana y bismarckiana), le cuesta definir un nuevo modelo
social que lleve su nombre. ¿Es una víctima colateral de la desaparición de la
sociedad industrial?
La
dificultad de construir un nuevo modelo social, adaptado a una historia
determinada y a nuevas expectativas, es uno de los rasgos esenciales de la
sociedad postindustrial. La esfera económica ya no propaga un modelo social,
como en tiempos de la sociedad industrial. Las diferencias ayer registradas no
tenían mucha importancia: el fordismo reducía la mayoría de las diferencias
entre los países. Estas resurgen con fuerza en el momento en que cada país debe
movilizar sus recursos culturales y políticos para fabricar la cohesión social,
de ahí la necesidad de ir a una estructura
federal europea para que entre otras cosas imponga un impuesto federal de al menos un 5 al 10% del PIB de cada uno de
los estados federados para el sostén de un crecimiento ecológico y cognitivo.
El déficit presupuestario común sería otra forma e esa financiación.
Durante
tiempo, España contó con Europa para “modernizarse”: ayer para escapar de su
pasado dictatorial, hoy para hacer frente a la globalización. Ahora descubre
que aquélla no puede ayudarla a pensar en su lugar acerca del modelo de
cohesión que le está adaptado, que debe reflexionar sola sobre la
transformación de su modelo social. La misma dificultad para entenderse en
Europa sobre las prerrogativas del Estado, del mercado o de los sindicatos da
fe de la dificultad de ser europeo en materia social.
Europa
mostró que era posible pasar en algunos años de la guerra a la paz. Probó que
la integración económica preservaba la diversidad cultural. A través del
modelo de
la Comisión,
también muestra que existe un camino para construir instituciones supranacionales,
que sean respetuosas de la soberanía de los estados. No obstante, Europa
descubre tardíamente que no basta con dotarse de un mercado único para crear
una ciudadanía compartida. Sin duda, para lograrlo se requieren menos
mercancías y mayor contacto directo, cara a cara, entre los mismos europeos. En
el contexto de crisis mundial y de debilitamiento de lo social se impone la
cuestión de la democracia social[30] a
escala europea para concebir un modelo europeo que no solo sea defensivo. Es
difícil de imaginar que modelo de crecimiento surgirá de la crisis y que
transformaciones operaran en la organización del trabajo, pero no debe obstar
para que surja lo que surja el proyecto europeo debe ir ligado a la idea de una
unión entre trabajo y garantías atendiendo a la seguridad más allá de los
riesgos clásicos de la enfermedad y la perdida de empleo. Es preciso un nuevo New Deal social y ecológico frente a la
agenda minimalista de Kyoto o la de Lisboa pues de lo contrario llegaremos
a la catástrofe del oikos humano y de la biosfera. Rescatar la importancia de
los valores igualitarios y los
esfuerzos políticos-sociales por reducir las desigualdades, con la conciencia
de que una sociedad con desigualdades genera un estado de ansiedad y que
constituye un importante factor de infelicidad. La desigualdad estimula
infinitamente el afán competitivo y el consumismo, bases de la destrucción
planetaria. El PIB no da la felicidad. Es reinventando
lo colectivo donde debe situarse el Dº del Trabajo, introduciendo el debate de
la autocontención y la suficiencia, cuestionando la propia organización de la
producción, rompiendo su pasiva complicidad con el status quo. Es construyendo una constitución del trabajo,
que se sobreponga a la fuerza normativa de los hechos, imponiendo la fuerza de
la norma, donde radica el lugar hoy del Dº del Trabajo cuyo centro de producción normativa debe ser la respuesta
a cómo querríamos ser tratados si estuviésemos en el lugar del otro. Sea un
derecho que se oponga a los valores dominantes de la globalización capitalista
similares a los de la cultura adolescente: una cultura que exige y fomenta la
movilidad, flexibilidad, independencia e irresponsabilidad. No se puede vivir
como si no hubiera tiempo ni espacio, por mucho que sea la promesa de felicidad
de la globalización. Por el contrario el
Dº del Trabajo debe formar parte de una cultura e la madurez, que acepte los
límites del ser humano (finitud, vulnerabilidad de la vida, entropía). Semejante cultura sabe que los seres humanos somos dependientes, de la
comunidad humana y de los ecosistemas de
la Tierra, y que aceptar esa dependencia libera
posibilidades humanas de cumplimiento y plenitud. Hay que tener la convicción,
como ha dicho Alain Supiot, de que “una economía que maltrate a los hombres no
tiene futuro”